Iban a ser unos días. Quizá dos o tres semanas. ¿Habrá Semana Santa? ¿llegaremos al verano ya recuperados? Las preguntas eran tantas como ridículas han quedado. Estamos acabando el mes de junio y cerramos las puertas en la primera quincena de marzo. En el mejor de los casos habremos perdido un tercio del año. Y de vida. Porque la incertidumbre era y es de tal magnitud que -salvo si eres funcionario-, estos meses han sido desoladores, plagados de intranquilidad y preocupación.

Y tanto es así que, el resultado hoy en día es aún muy negativo y difícil. Las cosas van lentas, sobrevuelan malos augurios y llegan ecos de inestabilidad. La política no ayuda. Los políticos se pelean y mientras tanto, los que mandan, se las ven y se las desean para sacar las castañas al fuego, ya sea en Madrid, Sevilla o Málaga. Quizá, a la mayoría de ellos, también habría que homenajearlos y aplaudirles su labor tan difícil, dura y para la que nadie está preparado.

Creo que la mayoría de ellos se merecen un buen reconocimiento por ello. Y es que hay partes que difícilmente puedan controlar ni mejorar a estas alturas por mucho que quiera si quiera vendérnoslo como tal. Y el ejemplo de ello es Málaga y su Costa del Sol.

Hay voces que celebraban que Málaga estuviera estos días «para los malagueños», queriendo reflexionar al respecto del aluvión de visitantes constante al que estamos acostumbrados. Y quizá en parte bien pudiera llevar razón a tenor del colapso al que está sometida la ciudad de guiris en patinete. Pero hay que asumir lo que tenemos, lo que somos y de lo que vivimos.

Málaga tiene monocultivo de sombrillas todo el año. Es nuestro sustento y quien considere idílica la ciudad únicamente para los de aquí, deberá replantearse el escenario pues, de seguir así esta situación, la catástrofe social y económica sería de tal magnitud que gran parte de la población local no tendría trabajo.

El turismo lo es todo en Málaga. La apuesta es tan rentable como arriesgada pero, hasta hace unos meses, cualquiera con un poquito de dinero podía multiplicarlo en nuestra ciudad. Ya fuera comprando apartamentos como haciendo o participando de los promotores hoteleros como haciendo negocio en la hostelería.

Por nuestra tierra pasa mucha gente y donde vemos al enemigo -que también-, ahora que nos falta nos aterra plantearnos un futuro sin ellos pues son fundamentales para nuestra economía.

Ojalá una Málaga delicada y cuidada en la que los ciudadanos locales coparan el centro histórico. Ojalá una ciudad con una vivienda accesible. Ojalá los barrios siendo barrios y no segundas plazas de los guiris que no caben en el centro. Ojalá la protección de nuestra cultura hostelera y comercial en detrimento del ataque voraz de las grandes cadenas que huelen el dinero del guiri desde lejos.

Ojalá todo eso y mucho más. Pero la realidad es otra. Y es sencilla: o vienen los turistas o nos hundimos y es que, en mayor o menor medida, la mayoría de la gente trabajadora en Málaga depende de este asunto.

Salgan a pasear en las horas que les quedan libres a la ciudad desprovista de sus pieles rojas. Observen las calles. Vean los restaurantes y bares vacíos. Los que abren pero no llenan, los que no han abierto aún porque no pueden o los que abrieron y han tenido que volver a cerrar porque la gente no va. Si alguien piensa que esa es la Málaga que añoraba, yo tengo claro que no.

¿Y si no vienen? ¿Y si a partir de la semana que viene no aparecen tantos como anuncian que llegarán? Es probable que lugares costeros como Fuengirola o Mijas puedan rascar más de lo que piensan pues parte del público es valiente -por no llamarlo de otra manera- y va a viajar. Pero ¿Y la capital? Los hoteles están cerrados. Algunos aún no saben si quiera si abrirán y el consumo ha bajado de manera extraordinaria en la hostelería. Los bares funcionan de jueves a domingo y con suerte. Pero hasta ahora, nuestra ciudad vivía de un rumor persistente y al que no prestábamos atención. ¿Recuerdas ese día inhóspito que caminabas por el centro porque venías de hacer una gestión y veías las terrazas llenas? Y pensabas ¿Qué hará esa gente ahora ahí un martes a las siete de la tarde comiendo calamares? Pues lo que hacían es sostener nuestra economía. Porque llegaron en barco, pasearon por nuestros museos, compraron su cajita de Locas de Tejeros y su camiseta del Museo Picasso, se compraron un libro en la Casa Natal -unos libros buenísimos tienen-, se tomaron sus churros en el Café Central -que ahora han hecho un buen fichaje de churrero- y acababan la jornada tapeando en Lo Güeno.

¿Debe Málaga depender 100% de ese mundo? Pues lo ideal sería que no. Porque el monocultivo te lleva a jugártela. Si bien es cierto que las pandemias no son cosas habituales, hay que reconocer igualmente que el desprecio a la industrial turística es de unas limitaciones intelectuales importantes.

El turismo nos trajo la cultura a Málaga pues, sin el modelo actual, ni en tres mil vidas nos hubieran metido sucursales del Pompidou o el Thyssen en la ciudad. El turismo trae dinero, modernidad y frescura. También cosas malas. Muchísimas. Pero hasta el que más raja de los turistas acaba beneficiándose de ellos. Desde el que diseña merchandising que después comprar los guiris malvados hasta la peluquera que dobla clientela en los meses de verano.

El desarrollo de un plan de industrialización paralela en Málaga es necesario, positivo y aportaría mayor fortaleza a la economía. Pero no se engañen. Aquí ahora lo que queremos es que vengan muchos. Todos los posibles. Y que Dios nos ayuden para que no nos pase nada con el virus y salgamos airosos. Porque nos jugamos la vida. Las vidas de todos. Y no podemos sostener esto más.

Que no nos va a matar el coronavirus pero, de seguir así, lo acabará haciendo el hambre.

Viva Málaga.