La conmovedora campaña para aislar a la Familia Real del diluvio de publicaciones extranjeras sobre comportamientos y gastos desorbitados, no solo se parece demasiado al célebre cortafuegos que debía librar a la infanta Cristina del banquillo. Sobre todo, olvida que hay algo peor que un escándalo sometido a explicación y rectificación, la indiferencia. Confinar a Felipe VI en una burbuja intocable equivale a condenarlo a la irrelevancia. Si no lucha por su posición, difícilmente se ganará el aprecio de los sectores juveniles que ya lo han declarado ajeno a sus intereses.

En el fondo y en la superficie, los esforzados protectores de Felipe VI lo culpabilizan. En la inevitable comparación atlética, es un deportista de élite a quien se le niega la capacidad de competir en defensa de sus intereses. Titulares de la prensa inglesa como «El Rey caído», «Sexo, mentiras y cuentas en Suiza» o «La luna de miel del medio millón de dólares» no deben sorprender en las cabeceras que vienen dedicando epígrafes todavía más hirientes a los funcionarios de la Familia Real británica. El legendario Times de Murdoch sirvió de ariete para la demolición de Isabel II tras el fallecimiento de Lady Di. Hoy, la tía Lilibeth del monarca español reina indestructible tras adaptarse a los nuevos tiempos, y se ha marchitado la «princesa del pueblo».

Como mínimo, la lluvia de millones alrededor de La Zarzuela ha cambiado el sentido de la inminente gira de Felipe VI y Letizia por la España de la pandemia. Habrá que aplazar el planteamiento de un monarca que recorre sus reinos para consolar a siervos arruinados por la peste. Es el Rey quien necesita el apoyo de sus ciudadanos. En cambio, le sobran los protectores de quienes debe liberarse con urgencia. Son los mismos que anunciaron que Urdangarin era una golondrina pasajera, y que Juan Carlos I se encontraba hace seis años en su mejor momento. Sí, el día antes de abdicar.