Estar confinado en este iceberg es como vivir en plena adolescencia. El mundo se reduce a los cuatro acantilados que bordean la línea costera que me separa de un naufragio. En este lugar tengo todo lo que necesito: Comida sin esfuerzo, un espacio donde tenderme a tomar el sol, un smartphone de última generación y suficiente cobertura.

Resulta paradójico que a medida que cumplo años, mis conocimientos se reducen, y no es porque olvide las cosas sino porque por cada respuesta que aprendo, encuentro dos nuevas preguntas. Así de extraordinario es el saber, que con tanta síntesis resumió Sócrates. Se podría deducir entonces que si al hacerse mayor se sabe cada vez menos, cuando eres joven lo sabes todo. Y ese todo es tan insignificante como un grano de arena en la playa.

Los adolescentes lo sabéis todo, o al menos todo lo que hay que saber, según vosotros. No hay nada que podamos enseñaros porque en vuestra vida creéis conocer todo aquello que necesitáis para las otras seis vidas que aún os quedan por vivir. Poco podemos enseñaros los mayores, que ni siquiera logramos instalar una actualización del sistema operativo. ¡Qué importante la tecnología en la experiencia de la vida! La red social es como la nueva religión, el nuevo opio del pueblo, que os conduce la atención absoluta hacia la infelicidad, como hicieron con Pinocho el malvado gato Juan y el zorro Gedeón (buscad el cuento en internet).

Poca esperanza tengo de que os detengáis a leer este texto que supera con creces los ciento cuarenta caracteres. Pero si lo hicierais, me gustaría deciros que la vida es una gigantesca pantalla táctil que contiene infinidad de Apps al servicio de la aventura. Os diría que vuestra zona de cobertura es infinitesimal si se compara con las oportunidades que se acumulan detrás de cada pregunta respondida. Os diría que los amigos son algo más que un modelo de fábrica con diferentes números de serie. Que los abuelos han vivido más historias fascinantes que una serie de Netflix. Que fumar no solo mata, también envejece. Que el amor no se escribe con emoticonos de corazón, ni el drama se sostiene en una llorera. Que los problemas no se desbloquean con picardías ni mala ortografía sino con soluciones, y las soluciones están en los manuales, y los manuales están en las escuelas.

Si leyerais este texto, os diría que al calendario no le importa si eres joven, molón, guapa o chula. Si tienes rollo o si eres guay. Te endosará los años cada 365 días, uno detrás de otro, cada año con más prisa que el anterior. Y cuando hagas balance, no habrá mucho que apuntar en el haber si no los has aprovechado. Todo estará anegado de oportunidades perdidas. Y por cierto, al calendario le dan igual tus berrinches, tus salidas de tono y tus rayadas. Cuando se te olvide todo ese escaso vocabulario, estarás trabajando un mínimo de cuarenta horas semanales por un sueldo con el que pagar la hipoteca.

Si de verdad yo viviera en ese iceberg aprendería los idiomas del mundo, estudiaría las mareas y los vientos, me acopiaría de raíces con las que construir una balsa para navegar en alta mar, almacenaría todo el conocimiento que el tiempo me permitiera para alargar mi viaje y hacerlo más cómodo. Y me lanzaría a la conquista de los mapas, al abordaje de libros, a la búsqueda de tesoros ocultos y al encuentro con todas las civilizaciones.

Pero no lo harás, porque tú ya lo sabes todo.