En estos tiempos me gustaría pasearme con un cartel o una camiseta con la inscripción: «A mí no me gusta llevar la mascarilla puesta. Pero lo hago, más que por obligación, por responsabilidad cívica. Y tú / Ud., ¿por qué no?». Por todo lo que ya sabemos de este coronavirus, colocarse la mascarilla protectora en público no solo es totalmente plausible y altamente recomendable. Además es obligatorio en esta fase de salida escalonada del estado de alarma. Aún así, mucha gente no la lleva, o la lleva colgada del mentón o del cuello, a modo de pañuelo decorativo o corbata, o tapando la boca, pero dejando la nariz al aire (sobre todo: hombres -¡aquí hay tela para los freudianos!-). Exentas están las personas con dificultades respiratorias, enfermedades mentales€ ¿De verdad hay tantas como se ven por la calle sin mascarilla? ¿O se trata de 'bugchasers' (quien deliberadamente busca infectarse por el morbo de hacerlo, ¡los ha habido con otros virus, sí, por increíble que parezca!), o simplemente son irresponsables consigo mismos e irrespetuosos hacia los demás? Como dijo una representante del Gobierno del Principado recientemente, apelando a la actitud cívica, no puede haber un policía detrás de cada persona. Muchos lo hemos comentado en privado, con solapada preocupación, con indignación contenida y hasta con rabiosa impotencia, en privado o en las redes sociales. Porque encima, muchos de esos individuos, tanto jóvenes como mayores, mientras van por la acera casi rozándote (sin guardar la distancia de seguridad), te miran a ti, que llevas la mascarilla bien puesta, como si fueras tú el/la gilipollas. Se tienen por más listos que tú, que cumples. ¿Por qué pretenden invertir los papeles? ¿Es posible que crean que el suyo es un acto de valentía? ¿Desafiar una norma en una democracia, máxime en un asunto de salud pública, de sentido común? ¿Se atreverían a pasearse a cara descubierta en una dictadura? ¿Cuál es el mecanismo, la sinapsis fallida, que ocasiona que un miembro de la sociedad o comunidad, de la que forma parte, se convierta en un detractor mediante un acto o una omisión que, según está demostrado, puede acarrear consecuencias dramáticas para los demás? Pues los posibles efectos colaterales para quizás alguna persona aislada no están en relación con el riesgo general que supone no llevar la protección. Esta infracción no es comparable a otras, por ejemplo: un peatón que cruza un semáforo en rojo, o un pasajero que no se coloca el cinturón de seguridad en un tramo. Curiosamente, aquellos que ponen en peligro la salud de los demás ni siquiera rehúyen las cámaras de los equipos televisivos. Por ejemplo, hace unos días se avistaron algunos ejemplares a cara descubierta en el Telediario, deambulando tan panchos en la zona del Fontán de Oviedo. Claro, es incómodo llevar mascarilla, pero es incómodo para todo el mundo. Vamos a ver: este artilugio no se lleva por gusto (aunque ya los hay para gustos variados, hasta fashion), sino por necesidad. La obligación surge precisamente porque hay una necesidad, una urgencia sanitaria, que ya todos conocemos, porque se nos ha explicado detallada y repetidamente, por todos los medios. ¿Cómo puede haber seres adultos que no lo comprendan o que lo ignoren pícaramente? Ni siquiera parecen temer las sanciones ¿Realmente las hay, las sanciones? Si se aplicasen por sistema, se podrían sanear las arcas públicas. Pero es de imaginar que cuando estos avispados se percatasen de la cercanía de un agente del orden, se subirían la mascarilla colgante en un segundo. Aún no he visto a nadie recibiendo una multa. Quizás sea porque salgo de casa solo lo mínimo, entre otras razones porque no me gusta llevar mascarilla. Finalmente, y ante la inminente 'invasión' de los madrileños y otros forasteros, si no damos ejemplo, ¿cómo les vamos a pedir a ellos que lleven la mascarilla bien puesta?