Según el calendario chino, el año del Mono de Fuego empezó el 8 de febrero de 2016 del calendario gregoriano. Este libro, excepto los epílogos, es el diario que escribió Patti Smith ese año, 2016, el diario de una punki de sesenta y nueve años que se niega a dejar de soñar. En sus propias palabras, "A menudo nos planteábamos por qué los escritores, en un afán de producir lo inclasificable, acostumbran verse obligados a poner una etiqueta que identifique una obra con la ficción o la no ficción. A ambos nos motivaba la perspectiva de escribir un libro de facetas tan únicas que uno no se sintiera presionado a distinguir una cosa de la otra". El otro escritor al que se refiere Smith es Sam Shepard, su amigo. Este es uno de los temas principales del libro: la amistad.

En 1971, Smith trabajaba en una librería y daba recitales poéticos. Su amigo Sandy le recomendó que montase un grupo de rock. Smith se lo contó a Shepard, con el que salía entonces. Esta es la historia de esos mismos personajes treinta y cinco años más viejos. Y de un unicornio en cautividad. "Postrado de rodillas, el unicornio resplandecía en su angustia. Hasta entonces, yo solo había visto y admirado su belleza en los libros, sin comprender su magnitud, su poder innato para despertar una creencia enterrada en la existencia de una criatura mítica.

—Este unicornio —continuó mi amigo (se refiere a Sandy)— está tan vivo como tú y yo".

Fin de la cita.

Sandy, treinta y cinco años después, cuando empieza este libro, está en la UCI y Smith nos cuenta su tristeza mientras viaja en coche compartido o comparte mesa en un cafetería con desconocidos, con los que termina hablando de Bolaño, eterno Bolaño, y reflexiona sobre el tiempo. "Marco Aurelio nos pide que percibamos el paso del tiempo con los ojos abiertos. Diez mil años o diez mil días, nada puede parar el tiempo ni cambiar el hecho de que yo fuera a cumplir setenta durante el año del Mono. Setenta. Un simple número, pero uno que indica que se ha consumido un porcentaje significativo de los granos asignados en un reloj de arena, solo que aquí lo que se agota es uno mismo. Los granos van cayendo y me encuentro con que echo de menos a los muertos más que de costumbre". Escribe una mujer que, con setenta años cumplidos, sigue dando conciertos, que no duda en aceptar una gira por Australia porque quiere visitar el monte Uluru, un enorme monolito de arenisca roja, sagrado para los aborígenes australianos. Nueve kilómetros de contorno y 348 metros de altitud, visible a cien kilómetros de distancia. De unos quinientos millones de años de edad, a pesar de los turistas y de los poblados de hoteles que se concentran a su alrededor. Me encantaría leer lo que Smith escribió durante su visita. Hay un vídeo en Youtube del concierto de 2017 en Melbourne donde Smith, pelo blanco al viento, toca un solo de guitarra y rompe las cuerdas. Luego, se despide.

En el año del Mono, Smith mezcla hechos, ficción y sueños. Sueña dormida y despierta, hasta que sus sueños pasan a formar parte de lo que nos quiere contar. Y uno solo puede dejarse llevar. En la autobiografía, los diarios, no necesitamos la verosimilitud de la novela, nos basta y nos sobra con la veracidad y esto es algo que Smith ofrece a raudales. Es auténtica, es ella, no se esconde. Es ella y su fascinación por Alicia en el País de las Maravillas (¿recuerdan la conversación de Alicia y el Dodo?), Bolaño y su : "Cuesta imaginarse qué debió sentir el escritor cuando se precipitaba hacia la última línea. Era un maestro de un arte que muy pocos pueden dominar, igual que Faulkner, Proust o Stephen King: me refiero a la capacidad de escribir y reflexionar simultáneamente". Pasión por la escritura y por los libros. Como en la anécdota que nos cuenta sobre su viaje a Lisboa, la ciudad de la noche empedrada. "Allí me reúno con los archivistas de la Casa Fernando Pessoa, donde me invitan a pasar un rato en la amada biblioteca personal del poeta [€]. Sus libros parecen una ventana más íntima a Pessoa que su propia escritura, porque tenía muchos heterónimos que escribían cada uno con su firma, pero fue Pessoa en persona quien compró y amó los libros que pueblan sus estanterías. Tomar conciencia de ese detalle me intrigó". Entonces, siento envidia de Smith. No me importa que sepa tocar la guitarra, escriba poesía y se defina a sí misma como escritora, no como cantante o poeta, escritora. No me importa esa seguridad en sí misma. Siento envidia porque cuenta que "En la ciudad de Pessoa es donde más tiempo permanezco, aunque no sabría decir con exactitud qué hago allí. Lisboa es una ciudad excelente para perderse. Las mañanas en las cafeterías garabateando otro cuaderno más, cada página en blanco que ofrece una vía de escape, la pluma que me obedece, fluida y constante".

No hace mucho Lau yo vimos Tren nocturno a Lisboa y soñamos con vivir en Lisboa. Sé que Lau no me cree cuando se lo digo. Yo me iría. Cogería algo más de equipaje que el viejo profesor suizo, interpretado por Jeremy Irons, y me iría, con ella, a un pequeño apartamento en Lisboa. ¿Por qué no? En la película, como todos los decorados, Lisboa sale preciosa. Yo quiero caminar por esas calles, escuchar las voces de sus vecinos, comprar en pequeñas tiendas. Perder la mañana con Lau en las cafeterías de Lisboa.

¿Existe Lisboa?

Todos los lugares son lugares imaginados. Da igual que hayamos vivido en ellos o soñemos con visitarlos. La imagen que nos hacemos de esos lugares, nuestras vivencias, reales o soñadas, hablan más de nosotros que de ellos. Existen tantas ciudades como personas las habitan, como turistas las recorren o viajeros las visitan. Un lugar no es sino la narración que hacemos de él.

O que nos hacen.

Escribe Smith: "Durante un paseo al atardecer un compás musical flota en la ciudad vieja, evocando la voz grave y sonora de mi padre. Sí, >, una de sus favoritas. Recuerdo que, de niña, le pregunté qué significaba el título de la canción. Me sonrió y dijo que era un secreto". Este unir un recuerdo con otro parece sencillo. Una sencillez que emociona.

Quizá solo se trata de eso.

El año del mono es un libro lleno de ternura. Termino su lectura y me surge una pregunta ¿Sueñan las punkis de setenta años con amigos imaginarios? Smith me responde El problema de soñar es que al final nos despertamos. Afortunadamente, nunca estamos solos.