La isla de Odiseo es una Ítaca que se mueve de sitio. Unas veces la marea del viento la desplaza de sus raíces azules, igual que un espejismo del viaje a la deriva. Otras veces la literatura -esa vieja bruja que todo lo misteria y lo traduce a todas las posibles lenguas del lenguaje-, la transforma en el camino de un poema del que aprender perfumes, experiencias y emociones, sin prisa por atracar en el destino. También trasmuta la isla en la ciudad de un judío irlandés que recorre un 16 de junio las escalas y peripecias del héroe de Homero, o en un terral de novela bajo el que adentrarse en una aventura cubista al interior del infierno de Dante, mental, físico y con voces en las que resuena el naufragio permanente del ser humano. Las Ítacas de Antonio Soler y de James Joyce que hizo peregrinar a Ulises alrededor de un día hasta el monólogo de desencanto y deseo de Penélope. Inolvidables Magüi Mira y Henar Frías en su desvelo íntimo convertido en uno de los autorretratos femeninos más potentes de la noche escénica. Que grandes Molly Blomm/Penélopes hubiesen construido igualmente Virginia Woolf, Clarice Lispector, Nuria Espert, Aitana Sánchez Gijón, a tiempo todavía. Nunca se conforma Ítaca con permanecer en otras, y no deja de mutar allá donde alguien la evoque, pongamos en Fuengirola. En cuyo enclave con latitud: 36°32.3988?N y longitud: 4°37.4838?O celebran el Bloomsday los dublineses que huyeron de la lluvia, y cambiaron por la rubia la cerveza negra. Un mapa sobre los viajes de la isla a la que también la pintura circunda de paredes blancas en esas páginas narrativas que son las salas de las galerías y de los museos.

Es lo que he hecho José María Córdoba con su exposición "Odiseo", inaugurada en el Museo de la Ciudad, enseguida que el presente enmascarado de la frágil normalidad que ya zozobra le ha permitido desembarcar público en su Ítaca. Fruto de sus lecturas acerca del antihéroe vencido de Joyce por la modernidad de un mundo en el que los ideales no tienen derecho de ciudadanía; con guiño a "Sur" de Soler y otras propuestas plásticas que suman diversas historias a las que descifrarle el título, la trama, la poética plástica. Lo que el pintor plasma, lo que esconde, lo que desvela la mirada de quién lee para poder ver. Susana y los viejos, Polifemo y Galatea, El Hombre sin atributos, Kafka. Es José María Córdoba un pintor, escultor y grabador con una sugerente obra de fondo literario y de matices entre el mestizaje, la deconstrucción derridiana y las fronteras de encuentro entre volumen, planos, dibujo y temperatura cromática. Tiene el color en su obra significado de personaje, a la vez que de símbolo onírico, de enigma fantástico, de fuerza abisal. Y desde su mirada conjuga con talento el clasicismo, su conocimiento en mitología, la sensualidad mediterránea, y las exploraciones de Jung como ingredientes que hacen atractiva su larga trayectoria artística en la que lo imaginario y lo simbólico no se oponen a lo real, donde no existe posición de privilegio de unos conceptos sobre otros, ni tampoco hay tensión ni formalismos que marcan los límites estéticos. A éste buen lector del arte, de lo literario en la pintura, de la geometría como espacio y como gesto, lo que le interesa es combinarlos como un argumento que sucede en cada cuadro (es importante que el espectador sepa estas cuestiones cuando se acerque a la pintura, con extrañamiento y la fundamental curiosidad en la mirada) que él contempla igual que un voyeur frente a la escena. No quita esto que Córdoba trabaje en cada lienzo una eficaz estructura que resuelve con la solvencia de quien domina del arte sus lenguajes, la sutileza, los equilibrios, la sorpresa del hallazgo, la composición que a veces es arquitectónica, que en ocasiones entrelaza ruptura y fluidez y en la que subyacen siempre las referencias de pintores que él recrea o enfrenta desde el diálogo. El resultado de esta elaboración y encuentro son collages emocionales, y collages para despertar la conciencia con ironía de naturaleza social. Es el sello de su estilo e igualmente la voz plástica del artista con alma de niño que alquimia fragmentos y dibuja historias sin desenlace.

Tiene "Odiseo" estupendas piezas, y una de las que mejor expresa la muestra es "La cuidadora de Orquídeas", su favorita y también una de las mías. En el lienzo una Penélope flamenca aguarda al cuidado de sus flores -exigencia de tiempo como el del telar destejido- la llegada de un Ulises articulado como guerrero cicatrizado -fabulosa su armazón cubista- con el pez sexual de la masculinidad, la fidelidad y la transformación. Guardián de la mujer un conejo a sus pies en el que entender al perro Argos, el primero en reconocer al regresado Odiseo, atento a la figura que afina en alto la guitarra, símbolo de aquellos pretendientes de Penélope retados por ella a tensar el arco de su navegante esposo. Completa el cuadro su fondo de tierra árida -representada en otros cuadros y con ecos al paisaje de Dubuffet, cuya esencia está presente también en los lisos, los rellenos, en los lúdicos ritmos gráficos- rodeada de azules que lo convierten en la simbología de Ítaca. Escribir de pintura exige pensar con la mirada dentro del cuadro, explorar los signos de lo evidente, lo mismo que el inconsciente de la inspiración de la obra y su discurso simbólico, interrogar la imagen dialéctica y sus fondos, e intentar expresar con color la figuración del lenguaje, la epidermis y el envés de cada pintura en la que reconocemos intrahistorias personales, refugios simbólicos, el arquetipo colectivo.

Acercarse a la obra de un artista cuyo universo se va a descomponer en palabras y en valoraciones estéticas exige cuestiones fundamentales: conocimiento calibrado; afinidad estética; prospección de lo que el creador propone con respecto a su trayectoria; diálogo a solas con la obra en la que se arriesga e independencia de mirada. Igual demanda para el arte y puntos de partida de José María Córdoba. Nunca se escribe acerca de la obra de un artista por su fama, por simpatía, por los intereses a los que sembrarle rentabilidad próxima. Hay gente que se mueve con habilidad en estas aguas, que epata y saca provecho. Abundan quiénes se molestan cuando de su trabajo no se escribe atendiendo a los años de su empresa. Es importante matizar estas cuestiones en estos días donde la máscara, además de habitual uso social y laboral, se asume ahora como estética del distanciamiento. Un año antes plasmó estos significados Córdoba en sus pinturas de las interferencias, como "La máscara" englobada en la exposición "Odiseo" de la que vuelvo a destacar la presencia literaria en magníficos cuadros como "Joyce leyendo a Wilde" o "El vuelo del pájaro". Lo mismo que en "Sur", en la que manifiestamente se revisita la Alicia de Lewis Carroll acompañada por el felino Cheshire, el sombrerero loco con su tiempo en teclado, y referencias a Magritte. Una Alicia que prolongada en "El circo mágico" y en el otro dibujo también "El gato negro".

No sólo juego plantea José María Córdoba. Hay en su exposición escenografías de la emoción con cierto dramatismo, presente en la feminidad de "Extraviada", trasunto mujer de "El viento" donde es de rojo el hombre Odiseo a quien Eolo desvía de su regreso en el presentimiento de esa Penélope, casi shakesperiana amenazada en el bosque. Tienen estos cuadros una fantasmagoría surrealista, los márgenes entre la geometría del dibujo y el gesto del color de Legend, del que vemos su rastro también en "Ramo de flores", en voluntad transversal con las exquisiteces surrealistas de Rafael Pérez Estrada en la pieza "Pareja hermética". Está claro que a nuestro pintor le interesa la obra de arte a partir del arte, la razón por la que en sus propuestas encontramos guiños espléndidos al cómic, a la ilustración de la Nueva Figuración de los 80, al apropiacionismo desde la publicidad que trabajó Richard Prince, la abstracción geométrica de Equipo 57, las figuras hieráticas de Giacometti y de Baselitz, la androginia, la belleza futurista, la atmósfera enigmática de Giorgone en los paisajes dentro del paisaje y en "Tentación de rojo" en un crepúsculo desnuda, evidente Venus del italiano, enmarcada en su anterior exposición "La ciudad sumergida".

Siempre me ha interesado este artista que engrandece la cultura de Fuengirola, con obra en Copenhague, en Ámsterdam, en Berlín, en otras capitales y en Málaga donde realizó la escultura dedicada a Hans Christian Andersen, y en la que ha ido exponiendo con éxito relatos, fotogramas, poemas cuyas pinturas fluidas, unitarias, asociativas, con evocaciones universales, llena de colores que trazan geométricamente la psicología, el misterio y el final de sus personajes en torno a la identidad múltiple. Maravillosos "El coleccionista de mariposas": "El seductor" embozado con antifaz o gabardina; "El viajero"; "Ladrón de la infancia", o "Paseando con viento" ante el que el espectador de la exposición pensará en la figura del otoño a su paso flaneur por el bosque de la vida del que todos somos árboles, hojas, sombras. Criaturas de la Comedia del Arte con la que José María Córdoba nos recuerda que la pintura es el espacio sensorial en el que nos pensamos y reflejamos nuestro secreto. Igual que aquel y nosotros Odiseo que de Ítaca hace la textura del viaje y del tiempo. La isla de un cuadro desde el que se parte y al que se regresa.