Mientras el mundo se ocupa de desarrollar estrategias para minimizar el impacto económico de la actual pandemia del coronavirus, la opinión pública apenas presta atención a una amenaza mucho mayor: la incesante carrera de armamentos, sobre todo en su vertiente nuclear.

En los tres años y pico que lleva en la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha hecho trizas importantes acuerdos de desarme del final de la Guerra Fría, desde el que limitaba los misiles de alcance medio en Europa hasta el llamado de «cielos abiertos».

Norteamericanos y rusos debaten ahora en Viena el futuro de otro acuerdo nuclear, el de armas estratégicas (Start), que vence el próximo febrero y que, en caso de no renovarse, significaría que por primera vez desde 1972, la amenaza de la destrucción mutua asegurada no estaría sujeta a ninguna regulación.

El conocido como 'nuevo Start' parece habérsele atragantado a ese autoproclamado defensor de la población blanca de EEUU que es el Donald, como ocurre con otros documentos bilaterales o multilaterales firmados por su predecesor, el afroamericano Barack Obama.

En principio sería fácil su renovación porque el acuerdo en cuestión prevé en una de sus cláusulas la posibilidad de prolongarlo por cinco años más, pero Washington ha puesto nuevas condiciones, entre ellas la de que se incluya en el mismo a su nueva potencia rival, China.

Pekín rechaza, sin embargo, esa posibilidad con el argumento de que su arsenal nuclear está todavía muy lejos del nivel alcanzado por las dos superpotencias de la Guerra Fría y de que en todo caso habría que involucrar también a otras potencias como Gran Bretaña y Francia, que tienen más o menos las mismas cabezas nucleares que China.

La parte norteamericana acusa a su vez a Moscú de estar modernizando su armamento estratégico y perseguir una doctrina nuclear «provocadora» que incluye el uso temprano de ese tipo de armas, por lo que cualquier nuevo acuerdo debería también incluirlas.

Sin embargo, no sólo Rusia, sino también Estados Unidos y China están ocupados en el desarrollo de nuevas armas hipersónicas. El propio presidente ruso, Vladimir Putin, se jactó recientemente de que su país ha fabricado un misil intercontinental capaz de alcanzar una velocidad equivalente a veinte veces la del sonido.

A diferencia de los misiles tradicionales, que siguen una trayectoria balística, las nuevas armas se caracterizan por su enorme maniobrabilidad, lo que las hace burlar fácilmente los sistemas de defensa antiaérea y las convierte en mucho desestabilizadoras.

A la vista de todo esto, sólo cabe preguntarse dónde están hoy los Bertrand Russell, los Albert Schweizer, los Günther Anders, los Albert Einstein, los Carl Friedrich von Weizsäcker, y otros filósofos, intelectuales o científicos pacifistas que alertaron en su día a la humanidad sobre las terribles consecuencias de la locura nuclear.

Es como si se hubiese adormecido mientras tanto nuestra conciencia del peligro que representan esas armas y la doctrina de la destrucción mutua asegurada que se basa en su existencia. El filósofo alemán de origen polaco Anders habló en su día de «una ceguera del apocalipsis».

Para el autor de ese libro capital que es 'La Obsolescencia del Hombre', las armas nucleares no son sólo instrumentos de «aniquilación masiva», sino que cabe calificarlas también de totalitarias.

Otro gran pacifista de los años de posguerra, el teólogo Helmut Gollwitzer, consideraba inmoral no sólo su utilización, sino su simple posesión porque representan un instrumento permanente de chantaje al resto de la humanidad.

Recordemos también hoy las palabras que pronunció el filósofo británico Bertrand Russell el 28 de noviembre de 1945 en la Cámara de los Lores de su país: «O acabamos con la guerra o desaparecerá la civilización».

Tanto para Russell como para el físico y filósofo Carl Friedrich von Weizsäcker, sólo se acabaría con la guerra mediante la creación de un gobierno mundial que tuviera el monopolio exclusivo de las armas y cuyo objetivo fuese mediar en los conflictos entre países, proponer soluciones e imponerlas a los renuentes. Estamos hoy tan lejos como entonces de conseguirlo.