A veces un artículo ayuda a que el recuerdo llame a la puerta del olvido para invadirlo, si es que el olvido existe y tiene puerta, que no creo. El pasado jueves, inopinadamente, un mensaje escrito asaltó mi olvido, repito, si es que el olvido existe más allá de cómo licencia poética.

Una inesperada dama sin nombre, con palabras cálidas, además de corregir cariñosamente mi ortografía de un artículo anterior, actuó de notaria mayor de su reino para dirigirse a mí y reafirmarme en una opinión plasmada en mi artículo de la víspera de su mensaje, a propósito de la serotonina. Con franqueza no creo que se tratara de alguien fingiendo serlo y resultara que detrás de su adulzado discurso se escondiera el gesto osco, la mirada torva y la barba recia de un malintencionado neanderthalensis en plena involución.

Tras una brevísima relación epistolar, la citada dama cerró el encuentro con un elegante «nos vemos en el próximo artículo», dejando así establecidos tres aspectos reseñables: uno, su generosidad, porque su despedida traía explícita la heroicidad de volver a leerme; dos, que, de alguna manera, establecía los límites semanales del invisible eje en el que pivotan consecutivamente, por un lado, el recuerdo y el olvido, y, por otro, la compatibilidad y la incompatibilidad, que, en ambos casos, consecutivamente, por pares opuestos, actúan como tentetiesos que se disputan un espacio en el que solo cabe uno de ellos a la vez; y tres, porque le dio cuerda mi pluma para que hoy, por una vez, haya arrancado un artículo sabiendo de lo qué iba a escribir. ¡Aleluya!

De aquel exiguo intercambio epistolar deduje que cada vez comparto más con Galeano su pensamiento, hoy parafraseado, de que muchos gestos pequeños, en momentos pequeños, mediante pequeñas acciones, pueden cambiar el mundo, al menos los grandiosos pequeños mundos ciclópeos del que escribe y el que lee. Las vidas sutiles de todos los recuerdos y de todos los olvidos, y las de la compatibilidad y la incompatibilidad viven en cualquier parte de este mundo y de los otros.

Abundando en el menudo intercambio escrito, en los seres neurológica y psicológicamente sanos el recuerdo y el olvido mantenidos son voluntarios, o sea, inventos, como son los límites en sus acciones y las incompatibilidades en sus relaciones, que también son inventos del sapiens que, al dictado de las morbosas normas del sistema, esconde sus vergüenzas determinando que los unos y las otras no tienen nada que ver con él, porque son inevitables herencias impuestas por los dioses desde que el tiempo es tiempo. Nada más falso.

Desde esta mirada, de la misma manera que no somos la suma de nuestras vivencias, sino la suma de lo que vez a vez, libremente, elegimos ser, la incompatibilidad entre individuos, es una elección personal y, por lo tanto, un particular invento exclusivo y justificativo a la medida de las neurosis de cada cual. En este sentido, a modo de fanal, hoy se me apetece compartir dos pensamientos que alumbran el hilo de mis letras. Por un lado, Jung, desde el prisma de que todo lo que negamos de nosotros mismos nos somete y que todo lo que asumimos nos transforma, decía que la cosa más difícil, por aterradora, es asumirnos a nosotros mismos por completo. Por otro, Maslow nos legó aquello de que cada persona somos el resultado de nuestro propio proyecto. Ambos hablaban de lo mismo. Y, desde la máxima humildad, yo también, hoy.

En las relaciones intersapiens las declaraciones de incompatibilidad solemos hacerlas al contrario, porque no nos resulta cómodo, ni "decoroso" reconocer nuestra pequeñez, nuestra desnudez, nuestra inseguridad, nuestra debilidad, nuestros miedos... Refiriéndonos a alguien en particular lo habitual es expresarnos diciendo que "lamentablemente, fulanito es incompatible conmigo", que aunque bien pudiera ser cierto no es una verdad universal, sino una suposición mal verbalizada. La única manera de expresar esta idea siendo preciso y sin mentir sería afirmando "lamentablemente, yo soy incompatible con fulanito", que es lo mismo pero poniendo el balón de la responsabilidad en nuestro campo.

Mira que si un día a todos los involucrados en la obra de la vida nos invadiera la locura de asumir, a la vez, la responsabilidad individual de ser compatibles entre nosotros.

Suena guay, pero creo que es demasiado largo como título de un cuento, ¿verdad?

Da gustito escribir sabiendo de qué desde el principio.