Los del inicio de los años 80 del S. XX eran años terribles para España, o al menos para la España vista bajo, cabe, contra, desde, hacia, para, según Madrid. Las autonomías descosían el mapa y el temor a que surgiera un desierto en lo que había sido ombligo alarmaba seriamente a la Corte. Es cuando, para evitarlo, toma cuerpo la autonomía madrileña, que presidía el gran Joaquín Leguina (a la sazón un rojo irónico), quien le encarga la letra del himno de Madrid al grandísimo Agustín García Calvo (siempre un ácrata festivo) y sale un contrahimno. Alex Grijelmo saca ahora a la luz que el alcalde Enrique Tierno (un infrarrojo juguetón) pidió entonces al vate nihilista unas enmiendas y éste donde decía «capital de la nada» pone, en clave irónica, «capital de la esencia y potencia». Cuatro décadas después ahí la tenemos en plenitud, creyéndoselo sin el menor asomo de ironía.