El año pasado dije en una entrevista telefónica que soñaba con escribir una columna tan perfecta que acabara con el columnismo del mismo modo que El Quijote acabó con los libros de caballería, y el entrevistador me entendió que soñaba con escribir una columna tan perfecta que acabara con el comunismo.

-Esa lengua de trapo que tienes -me advirtió un día mi padre- acabará trayéndote problemas.

Cuando yo era pequeño, o bien no había logopedas o bien vivían en dimensiones económicas muy alejadas de nuestras posibilidades. El caso es que pronuncio tan mal ahora como entonces.

Hace poco, en otra entrevista, dije que he pasado el confinamiento ocupándome de un pequeño huerto que tengo en el jardín, y el entrevistador puso que superé el encierro ocupándome de un pequeño muerto que tengo en el jardín. Cuando lo leí, me quedé de piedra. La idea me puso los pelos de punta. Aún no se me ha ido la imagen de la cabeza. Me veo a mí mismo, en el jardín de casa, acunando un cadáver de medio metro y me entra una congoja infinita.

La vida es una espiral de malentendidos, de equívocos, de confusiones. Algunas noches, cuando salgo a tirar la basura, me pregunto qué pasaría sin un día, por error, me tirara a mí mismo y la basura, suplantándome, regresara al hogar. ¿Notaría mi familia la diferencia entre la bolsa negra y yo?

- ¿Ha vuelto papá? -preguntaría mi mujer.

-Sí, está viendo la tele- respondería mi hijo al ver los desperdicios domésticos acomodados en el sofá.

Hay noches en las que me veo frente a la tele, y pienso que no soy más que eso: un saco que se ha ido llenando de inmundicias a lo largo de una vida que comienza a ser larga. Entonces me da por hacer recuento de las vilezas de las que he sido víctima o actor y siento pena por la humanidad en su conjunto, pues en el fondo la humanidad y yo no somos muy distintos. Lo sé porque he leído infinidad de novelas y algunos libros de historia.

La única diferencia es que yo, por no pronunciar bien, he hecho creer a algunos que pretendo acabar con el comunismo y que cuido de un muerto pequeño que tengo en el jardín.