Admiraba J.B. Priestley a aquellos que en la Edad Media europea fueron capaces de construir catedrales que todavía hoy nos dejan sin habla. Afirmaba el maestro que si pudieran vernos, ellos pensarían que en estos tiempos en el fondo vivimos, a pesar de nuestras maravillas tecnológicas, dentro de una gris monotonía. Según Priestley, probablemente nos verían nuestros antepasados medievales como "seres con alma de máquina, mitad robots, mitad fantasmas."

El 12 de julio de 2010, en un remoto rincón del Pacífico Sur, falleció Mau Piailug, el "Palu", el navegante. En Satawal, un minúsculo atolón de las Carolinas, en la Micronesia. El mismo lugar en el que nació hace 88 años. Se enfrentó el "Palu" al mar, a la vida y sus portentos como uno de aquellos constructores de catedrales. Pudo haber sido el último "Palu" de la Polinesia. El último navegante capaz de encontrar una isla o un islote en la inmensidad del Pacífico tan sólo con la ayuda de las estrellas. Su obsesión era evitar que ese arte, regalo de los antiguos dioses a sus antepasados, se perdiera para siempre al final de su vida. Siendo muy joven decidió que su misión sería enseñar a otros a cruzar los mares siguiendo la luz lejana de las estrellas y las indicaciones marinas. Como él lo hizo cuando navegó por aquellos caminos invisibles que le llevaron desde Hawai hasta Tahiti por una calzada acuática de más de cuatro mil kilómetros.

Aquel hermano de los audaces constructores de las catedrales medievales nunca perdió su rumbo. Lo demostró una mañana, en la que supo que su embarcación se encontraba muy cerca del final de aquel largo viaje a Tahiti. Cuando vio una bandada de golondrinas de mar sobrevolando los mástiles de su embarcación. A su barco lo llamaron "Hokule'a", La Estrella de la Alegría. La que los astrónomos de occidente llaman Arcturus. Era el "Hokule'a" una embarcación increíblemente sólida y flexible al mismo tiempo. Gracias a la madera del árbol del pan. Aprovecharon bien las enseñanzas de los navegantes de la antigüedad. Aquellos que zarparon un día desde las costas de Asia a bordo de barcazas muy parecidas. Mau Piailug, el maestro, siempre se negó a utilizar sextantes o brújula. O cartas de navegación. Tan sólo llevaba un viejo reloj; al que nunca miraba. Eso sí. En su cabeza gravitaba una bóveda de estrellas, que se desplazaba desde el este hacia el oeste. Y cada una de ellas era como una vieja amiga en la que se podía confiar.

No quiso saber nada de las latitudes y las longitudes. Se sentía abrumado por los complicados cálculos matemáticos de las modernas ciencias de navegar. Para el "Palu" era todo mucho más fácil. Podía adivinar como sería el estado de la mar al mirar su reflejo en las nubes o simplemente escuchando el roce del agua contra la proa de la embarcación. En Hawai conocían a Mau Piailug como el Master Navigator. Y tanto allí como en los Estados Unidos continentales honraron muchas veces su sabiduría y su valor. En su Satawal natal siempre le llamaron el navegante. No había otro "Palu" como él en los Mares del Sur. Por eso, después de que nos dejara, sus discípulos siguen surcando aquellas aguas, siguiendo las indicaciones de las inmutables estrellas que un día guiaron al maestro.