Se pregunta Aristóteles en Problemas (o quizás un pseudo Aristóteles, porque la autoría de esta obra es dudosa) por qué todos los hombres extraordinarios en la filosofía, la política, la poesía o las artes son melancólicos. ¿Acaso la excelencia es melancólica por definición? No me atrevería a llevar la contraria al gran Aristóteles, pero como soy un cobardica intelectual estoy dispuesto a meterme con un pseudo Aristóteles cualquiera. No, no todos los hombres extraordinarios son por naturaleza melancólicos. Aristóteles (o un pseudo Aristóteles) pone como ejemplo a Empédocles o el mismísimo Platón. Vale. Pues yo pongo como ejemplo a Demócrito y a Jürgen Klopp. Demócrito era conocido como «el filósofo que ríe», y Klopp es conocido por su sonrisa tan llena de dientes como la del Leónidas interpretado por Gerard Butler en 300.

Si Aristóteles me riñe porque utilizo a un entrenador de fútbol alemán, y no a un filósofo griego, como ejemplo de un hombre extraordinario, puede que me retire al rincón de pensar. Pero si el que me riñe es un pseudo Aristóteles, le diré que Klopp es también un filósofo que supo deconstruir al Liverpool sin que dejara de ser el Liverpool y llevarlo a ganar la Premier League, un político que se enfrenta a Boris Johnson como un ciudadano se enfrentaría a otro ciudadano en el ágora de Atenas, un poeta que conecta con los aficionados utilizando palabras que van mucho más allá del vademécum al que estamos acostumbrados y un artista que sabe dónde colocar y qué pedir a los artistas del balón vestidos de rojo que nunca caminan solos. Jürgen Klopp es el entrenador que ríe y el color de su equipo es tan rojo como las vestiduras de Demócrito en el cuadro del Museo del Prado. No se puede ser melancólico en Liverpool, querido pseudo Aristóteles. Es imposible ser melancólico cuando se canta You'll Never Walk Alone acompañado de miles de aficionados. La melancolía tiene tan poco sentido en The Kop, la grada de Anfield que nació como grada de la clase obrera, como en las páginas de la Carta a Meneceo de Epicuro o en un concierto de Abba. Cuando las caras del lehendakari Íñigo Urkullu o el presidente de la Xunta de Galicia Alberto Núñez Feijóo salen por la tele, la melancolía entra por la ventana y a todos nos entran ganas de ingresar en un convento de la orden cartuja. Pero con Klopp es diferente porque siempre que el entrenador alemán habla, sonríe o escucha, la vida y el fútbol tienen otro color.

El Pitu Abelardo no es Klopp, pero tampoco es Heráclito, al que llamaban El oscuro y tenía merecida fama de misántropo. Abelardo se parece más a Klopp en su actitud y maneras que en su respuesta al desafío que supone enfrentarse a las cámaras y micrófonos en una rueda de prensa, pero el entrenador asturiano ha sido kafkianamente despedido del Espanyol y nos ha dejado a un Abelardo tan melancólico como un domingo lluvioso. El propietario del Espanyol, como otros ricachones encaprichados con el fútbol, es muy bueno con el rifle pero, como dice uno de los personajes de la serie El hombre en el castillo, dependiendo del blanco. Y, en fútbol, matar al entrenador está chupado. No tiene mucho mérito cargarse a Abelardo o a Celades y, desde luego, destituir al entrenador del Espanyol o del Valencial no demuestra buena puntería, ni buen manejo del rifle. Solo demuestra, una vez más, que si naciste para ser blanco en el banquillo, del palco te caerán disparos.

Platón era melancólico, pero Klopp no. Estamos empatados, Aristóteles o pseudo Aristóteles.