El sol y yo llevamos tiempo compitiendo deportivamente para demostrar quién toma antes las calles. A esta fecha él pierde por goleada, pero, que conste, no me vanaglorio, porque en este lance, como en tantos otros a lo largo de la vida, pierde el que gana, tal cual. Aun si aquello de «al que madruga Dios le ayuda» fuere una verdad absoluta, doy fe de que ser un talibán del madrugón no forma parte de las buenas prácticas, ni de la buena educación.

Que se lo pregunten, si no, a mi amigo Pepe Sánchez, un buen hombre de impenitente curiosidad juvenil, de moderación serena y de tan vasta cultura como destilada madurez sin alharacas. Pepe, que en este sentido es modelo a imitar desde hace mil lunas ya, ejerce de paladín y de gran maestre del sacro principio de nunca jamás, bajo ningún concepto, en ninguna vida, pertenecer a club alguno cuyas esencias estatutarias defiendan el fundamentalismo madrugador. Elegante y sabio mi amigo, que seguro que compartirá conmigo la siguiente afirmación: el último periodo del buen dormir funciona exactamente igual que la demostración apodíctica de la buena sobremesa en un almuerzo, que tiene la facultad de convertir en excelente hasta el peor de los yantares. ¿O no, Pepe?

En este mundo somos tantos que hasta hay ardientes defensores del madrugar que, a modo de sibilas, vaticinan que cada madrugón es una experiencia singular e irrepetible que se refleja en el transcurrir del día. Jamás he comulgado con ellos, pero, a fuer de sincero, hoy me gustaría que fueran poseedores toda la razón universal. Resulta que durante la primera hora de esta mañana, por distintas vías y ubicado en distintos contextos -prensa, radio y correo electrónico- me ha llegado el concepto «acto sexual» (sic) en distintos idiomas y de manera recurrente. Y, desde esta atalaya, amable leyente, inmediatamente me he dicho ¡mira que si el asunto se reflejara en mí de alguna manera hoy durante el transcurrir del día! Pues eso, ojalá que hoy tengan razón.

Por cierto, y escrito quede de paso, en mi opinión, el mal llamado «acto sexual» es un constructo pacato, transido y torpe que previsiblemente responde a la prisa, que es uno de los más deletéreos inventos del sapiens contra el sapiens. Prohijar «el rapidín», que es como lo denomina alguien que yo me sé, sería como santificar el jamón york en el corazón de la Bodega 5 Jotas de Jabugo o, lo que sería aun peor, como declararle amor musical profundo e inquebrantable al toque militar de diana mientras asistimos a una representación de la Heroica de Beethoven en el Musikverein de Viena. La «cosa» sexual, que dirían los escolásticos, además de la más perfecta definición natural de la concomitancia, mucho más que un acto es una obra, con los consiguientes actos que la conforman, como las obras teatrales, y/o con sus correspondientes allegrettos, allegros, andantes, scherzi, rondós... como las obras sinfónicas. O sea, entre acto u obra, yo me pido obra...

Pero la verdad es que da igual lo que yo o cualquier otro nos pidamos, porque la cuestión y el problema residen en que el sistema nos ha enseñado a escuchar para responder, en lugar de escuchar para comprender. O sea, lo importante no es la comprensión, sino la respuesta adaptada. De hecho, estoy absolutamente convencido de que cuando usted que me lee llegue al final de este artículo estará de acuerdo o en desacuerdo conmigo, a pesar de mí. Verá, me refiero al turismo que tanto nos preocupa, y propongo:

Huir de toda tentación de generar actos tendentes a nivelar metodologías obsolescentes y dedicar los esfuerzos a alimentar objetivos segmentados como obras de alta respuesta que nos permitan reinventar iniciativas con capacidades de interac­tividad suficiente, ello, mediante el acoplamiento de ajustes que gocen del suficiente impacto para transformar las asociaciones de distribución que habrán de aunar las transiciones en la medida que faciliten que el producto no sea asumido como modelo turístico, sino como producto mutante.

En síntesis, se trata de promover el turismo como obra en lugar de como acto. Ello, obviamente, sin perder de vista que el desarrollo de la propuesta, además, permitirá incubar paradigmas científicos y alumbrar indicadores afines para lo público y lo privado, que redundarán en soluciones conceptuales válidas en el porvenir de la actividad turística por nacer.

Justo a esto me refería...