Leí 'Limónov' de Carrère durante un viaje a Barcelona. No es su mejor libro. Me gustó mucho más 'El adversario', su obra más conocida. Todo el mundo habla maravillas de la biografía que hizo de Philip K. Dick. Tengo que leerlo.

Limónov, poeta, punki, huyó de la Unión Soviética para esconderse en New York. Allí paso de ser vagabundo a mayordomo de un millonario. En París, lo contó en forma de libro, El poeta ruso prefiere los negros grandes, y se convirtió en un escritor de éxito. Decidió luchar, no es una metáfora, junto a los serbios en la Guerra de los Balcanes. Después, volvió a Rusia para fundar un partido bolchevique para enfrentarse a Putin. Fue encarcelado por tentativa de golpe de Estado. Su partido, prohibido. No dejó de escribir en ningún momento.

La obra de Limónov ha sido calificada como renovadora de la literatura rusa. Rusa. Limónov huyó de Rusia, cuando todavía era la Unión Soviética, corrió sus peripecias en New York, las publicó en París. Literatura rusa.

Limónov no quería renovar ninguna literatura. Quería la fama. En esto coincido con Carrère.

"Escribir no había sido nunca para Eduard [ser refiere así a Limónov] un fin en sí mismo, sino el único medio a su alcance de alcanzar el verdadero objetivo, hacerse rico y famoso, y al cabo de cuatro o cinco años en París se dio cuenta de que quizá no lo alcanzase".

Todo personaje es una simplificación. Si queremos meter la vida entre palabras, al final, lo que tenemos que hacer es eso: simplificar. No importa que sea una novela, un cuento, un poema, un artículo de opinión o un artefacto. Simplificar. Y en eso, quizá, este todo explicado: simplificamos nuestras ideas, nuestro pasado, incluso nuestra prosa, para escribir nuestra propia historia y dotarla de sentido.

La ficción tiene reglas; la vida, no.

En una entrevista que Salvador Enguix le hizo a Limónov, publicada el 05/06/2019 en La Vanguardia, leo "Carrère ofreció su visión de mí, una obra inspirada en mí, pero no soy yo, no me reconozco. Aunque le estoy agradecido porque lo hiciera. Tengo otros amigos que decían que iban a escribir un libro sobre mí, pero no lo hicieron. Carrère, además, es muy diferente a mí, él es un representante de la burguesía francesa, y yo no." Enguix pregunta "Carrère dice, y se comprueba en su nuevo libro, que su vida es el mejor material para una novela, que el personaje, que es usted, tiene más fuerza que su obra." La respuesta de Limónov es "Mis libros son mejores que los de Carrère (se ríe); además, su libro es una recopilación de los míos. He escrito decenas de obras y muchos de mis libros no son autobiografía, son meditaciones y ensayos, de los que estoy muy orgulloso. Pero por desgracia no tienen tanta repercusión. Hay gente que se esfuerza en etiquetarme, pero en mi vida, a pesar de estar biografiada, no hice nada especial, sólo tomaba la oportunidad cuando aparecía. A la mayor parte de la gente le dan miedo las oportunidades, y yo me lanzaba a buscar esa suerte, eso explica la vida que he tenido".

Tengo pendiente leer a Limónov. Tengo miedo de que me decepcione, pero tarde o temprano tendré que hacerlo. Conocer los libros de los que habla Carrère, los libros en los que Limónov contaba su vida, los que Carrère utilizó para escribir su libro.

¿Qué queda de la vida, en un libro, tras este proceso?

Carrère me divierte. Es un pequeño burgués, él mismo lo reconoce, con bastantes limitaciones a la hora de escribir. Sus mejores libros son biografías en las que él se sitúa en el centro del foco. Autoficción antes de que el mercado inventara la etiqueta. Un amago de documental, con las ventajas que le otorga la literatura.

Un plano secuencia para mostrar "su risa hueca llenó la habitación". Imposible. El audiovisual es el terreno de los efectos especiales; la literatura, de la psicología, las emociones. El poder de la palabra sobre la imagen.

En la estación del AVE de Madrid, comí una ensalada de plástico con una cerveza en uno de esos bares prefabricados que son los únicos bares que hay en las estaciones de tren, pequeñas o grandes. Volví a pasar por el control de seguridad para coger otro AVE. Destino Barcelona. En Barcelona Sants cogí un taxi. Y siete horas después de haber salido del centro de Málaga estaba en un loft de Poble Sec. El culmen de nuestra evolución es poder hacer este tipo de cosas: atravesar la península ibérica a 300 kilómetros por hora. Los propietarios del loft, Paco y Olga, editores, no estaban, pero tenían la suficiente confianza en mí como para dejarme las llaves de su casa. Les prometí que no les robaría ningún libro.

Tras una ducha rápida, y otro puñado de páginas de Limónov versión Carrère, salí hacia el Hotel El Palace, antiguo Ritz, lugar donde se celebraba la entrega del Premio Nadal. Todo es dorado en El Palace. Dorado y rojo. Hay mucha luz y los camareros son muy educados. Un conocido me comentó que los tratan bien. Es un sitio antiguo, para lo bueno y para lo malo, me dijo.

Cuando Limónov llegó a Nueva York, se alojó en un hotel junto a sus compatriotas.

"El Hotel Winslow es un refugio para los rusos, la mayoría judíos, que como él forman parte de la tercera emigración, la de los años setenta, y a los que es capaz de reconocer en la calle, incluso de espaldas, por el aura que emanan de lasitud y desventura. En ellos pensaba cuando escribió el artículo que le costó el trabajo. En Moscú y en Leningrado eran poetas, pintores, músicos, under vigorosos que se guarecían del frío en sus cocinas, y ahora, en Nueva York, son lavaplatos, pintores de brocha gorda, mozos de mudanza, y por mucho que se esfuercen en seguir creyendo lo que al principio creían, que es una etapa provisional, que algún día reconocerán su verdadero talento, saben bien que no es cierto. Por tanto, siempre entre ellos, siempre en ruso, se emborrachan, se lamentan, hablan de la patria, sueñan con que les dejen volver, pero no les dejarán: morirán atrapados y engañados".