Hoy se cumplen 10 años justos desde el día en que todos los españoles conseguimos detener el tiempo para siempre. Fue en Sudáfrica, en concreto en el estadio Soccer City de Johannesburgo, cuando tras 120 minutos tortuosos y de larga agonía, un joven albaceteño de Fuentealbilla tímido e introvertido llamado Andrés Iniesta logró llevar el éxtasis a toda una nación. Aquel, sin lugar a dudas, había sido el «gran momento de nuestras vidas», donde y casi por primera vez en la historia todos los españoles nos pusimos de acuerdo en algo y al unísono gritamos:»¡Goool, Goool de España!».

Los minutos finales se hicieron eternos. Las manecillas del reloj corrían más despacio que nunca. Los nervios estaban a flor de piel. Estábamos a punto de ser «Campeones del Mundo», si, han oído bien, ¡Campeones del Mundo de fútbol! Algo inimaginable para muchos ya que la historia siempre nos había marcado con finales trágicos y macabros en cada una de las fases finales que habíamos disputado. La sangre, el sudor y las lágrimas iban a dar paso en esta ocasión a la felicidad plena, al «orgasmo más placentero de nuestras vidas» y hasta incluso algún comentario que llegué a oír y que venía a decir: «Ya puedo morir en paz».

Todo iba a ser diferente a las situaciones vividas en el pasado. En esta ocasión, había demasiada magia en aquellos jóvenes intrépidos futbolistas que apenas dos años antes nos habían llevado al séptimo cielo, con la conquista de la Eurocopa de Austria-Suiza de 2008 de la mano de Luis Aragonés (QEPD). Lo teníamos todo, juventud, clase, desparpajo y sobre todo ansias de gloria sin temor a la derrota. Eso fue precisamente lo que nos llevó a conquistar la cima del mundo.

Eso y la pizca de suerte que nos ha venido faltando en los momentos claves. Al parecer aquella mágica noche, en la tierra donde más se ha venido luchando por los derechos raciales, donde blancos y negros tras largos años de Apartheid por fin lograron darse la mano alentados por la inolvidable figura de Nelson Mandela, nuestra selección, bendecida por todos los dioses, logró el gran sueño inalcanzable.

Los noventa minutos previos a la prórroga habían sido de una lucha encarnizada entre dos escuadras sedientas de triunfo. Holanda, que con anterioridad había sido dos veces subcampeona del Mundo, en 1974 y 1978, tenía ante sí la gran oportunidad de vengar aquellas derrotas y España, novata en estos lares, apostaba toda su fortuna al talento de sus jugadores. Los neerlandeses exquisitos en su juego de antaño, se dedicaron a dar patadas, dejando a un lado las enseñanzas de su gran mentor Johan Cruyff. Mientras que España, guiada por el mejor gestor de grupos posible como es Vicente del Bosque, lograba aglutinar la mayor parte de la posesión y las ocasiones.

Fue una lucha sin cuartel en la que España jamás se amilanó ante la agresividad mostrada por el rival. Las ocasiones caían de nuestro lado pero sin la precisión necesaria para lograr abrir el marcador. Pero a pesar de ese dominio, la mejor ocasión del partido cayó del lado naranja, cuando el habilidoso Arjen Robben se plantaba mano a mano frente a Iker Casillas. «El Santo», haciéndose acreedor más que nunca de ese apelativo de gran salvador, se agigantó ante su ex compañero, que fue incapaz de batirle, realizando una parada milagrosa. Ese fue el momento en el que todos creímos un poco más en la roja, ya que esta ocasión-que posiblemente solo se presentaría una vez en la vida- no podíamos desaprovecharla.

Y así fue como se llegó al inolvidable minuto 116, donde una arrancada de Jesús Navas por la banda derecha logrando llevarse el balón a trompicones, lo hizo llegar a Iniesta. Este con un exquisito taconazo lo cedió a Cesc, que de primeras intentó contactar con Torres, pero un rechace hizo que el balón cayese nuevamente a pies de Navas. El sevillano, esta vez sí, lograba conectar con Torres, que tras ajustarse el balón a su pie derecho levantaba la cabeza y lograba enviar un centro al área donde fue rechazado en semifallo por Rafael van der Vaart. El balón quedó muerto en la parte izquierda del semicírculo de la frontal, donde Cesc se volvió a hacer con su posesión y antes de que el defensor pudiese entrarle por detrás, cedió un pase interior hacia la situación de Iniesta, que se encontraba escorado en la parte derecha del interior del área. El genial jugador español realizó un control orientado con su pie derecho para que tras dejar botar el balón, empalarlo con toda su alma y siempre con el espíritu de Dani Jarque muy presente, logrando batir a Stekelenburg de tiro cruzado.

El Jabulani acababa de besar las mallas holandesas. Los primeros instantes fueron de incredulidad, para seguidamente dar paso a la mayor celebración que jamás se haya podido vivir en el sur del viejo continente. Más de 45 millones de españoles que por unos momentos lograron olvidar las precarias condiciones económicas surgidas por la grave crisis del momento se echaron a la calle dando rienda suelta a la imaginación al son del «Que viva España» de Manolo Escobar, para vivir la celebración más grande que jamás haya vivido nuestro país. No era para menos, ya que fuimos CAMPEONES DEL MUNDO.