Añadiría a la famosa Rima IXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer que esas soledades son aún más terribles cuando provienen de cataclismos, guerras genocidas o de pandemias tan ciegas como brutales. Acabo de ver en las noticias los enterramientos masivos en los cementerios yemeníes, vertederos siniestros de una guerra civil atroz, donde ya ni se preocupan por los estragos del virus de la Covid-19 y sus secuelas. Ya que el hambre y los bombardeos los están matando a todos con aún mayor eficacia.

Pienso también en nuestros propios y recientes muertos, las víctimas de la Covid-19, a las que hemos intentado honrar con toda solemnidad en dos egregias catedrales españolas: la Almudena de Madrid y la de Granada. En la primera presidieron una muy emocionante misa funeral los Reyes de España y los miembros de la Conferencia Episcopal. En Granada, 'ad mairoem gloriam' de nuestra Andalucía, pudimos admirar una inolvidable representación del Réquiem de Mozart. En estado de gracia ésta, gracias a los maestros que la hicieron posible. Ante tanto horror y tanto vacío acumulado, las liturgias sagradas y la música de un joven genio austríaco, en el marco de dos hermosas catedrales españolas, nos ayudaron esos días. Y eso es de agradecer.

Pienso en las ciudadanas y ciudadanos - quizás soy injusto - que en las calles de mi pueblo y en muchos otros lugares se exhiben, imitando a algún que otro caudillejo, como figurantes en un San Fermín virtual. Sin llevar las mascarillas protectoras. Las que en la Lérida confinada llaman «mascareta». Por eso les recuerdo con todo mi respeto a ellas y ellos las recientes palabras de una muy eminente viróloga e inmunóloga española, doña Margarita del Val: «Veo a mucha gente buscando excusas para no cumplir las normas de higiene y de distancia social. El mayor riesgo, después de completar la desescalada es olvidarse del riesgo».

Como antídoto y defensa para estos tiempos oscuros, estoy leyendo de nuevo una espléndida biografía de Albert Einstein: 'Creador y Rebelde'. Eso fue Einstein, según sus autores, (Banesh Hoffmann y Helen Dukas). Tuvieron éstos el acierto de incorporar estas palabras del maestro a la primera página de su biografía: «Una cosa que he aprendido en una larga vida es que toda nuestra ciencia, cuando la enfrentamos a la realidad, es primitiva e infantil. Aun así, es ella lo más valioso que tenemos. Albert Einstein».

Nos recordaba Aldous Huxley en su 'Ends and Means' que «Cada dictadura desarrolla su propio lenguaje. Los vocabularios son diferentes; pero el propósito al que sirven es en todos los casos el mismo. Legitimar al déspota de turno, y hacer que un gobierno 'de facto' se parezca a un gobierno por derecho divino».

Por cierto. Hace unos días añadí mi modesta firma una petición internacional de clemencia dirigida por Amnistía Internacional al Líder Supremo de Irán. Solicitaban la liberación inmediata e incondicional de la abogada Nasrin Sotoudeh. Condenada a 38 años de cárcel y a 148 latigazos por defender a las ciudadanas de su país que no deseaban acatar las leyes iraníes sobre el uso del velo. Petición en la que me reafirmo hoy, en este amable y civilizado periódico malagueño.