Me mandaron el otro día una foto publicada en el principal diario de Cádiz en el que aparecía una plaza de una localidad costera conocida sobre todo por su marisco, abarrotada de jóvenes que disfrutaban copa en mano de la noche de verano.

La inmensa mayoría de los allí reunidos no llevaba mascarilla y, por supuesto, ninguno mantenía la distancia recomendada por las autoridades como mejor forma de evitar la propagación del insidioso coronavirus.

En un principio pensé que era una imagen de alguna temporada anterior, de la era pre-Covid, pero el remitente me confirmó que era del último fin de semana y reflejaba perfectamente la realidad presente.

«Lo único que se le ha ocurrido al Ayuntamiento para fomentar el turismo es prolongar la apertura de los bares y discotecas hasta las cuatro de la madrugada», me comentó alguien que trabaja allí y precisamente en ese sector.

Y me explicó que en el Ayuntamiento - por cierto del PP- están «indignados» no por esa aglomeración de jóvenes irresponsables, sino por el hecho de que lo haya denunciado el periódico. Lo de siempre: culpar al mensajero.

La foto me recordó las imágenes que había visto estos últimos días por televisión de algunos lugares costeros de Estados Unidos o de Londres y otras ciudades británicas donde se han abierto también los pubs pese a la fuerte incidencia del Covid-19 en uno y otro país.

Me pregunté, al ver a todos esos jóvenes de la foto, cuántos de ellos están sin trabajo y vivirán en casa y además de las pensiones de sus abuelos, a quienes podrían contagiar sin querer al día siguiente como no dejan de advertirnos las autoridades sanitarias.

Tras el largo y duro confinamiento han podido reabrir en toda España bares y discotecas, y mientras tanto se da la bienvenida a los visitantes de otros países, incluso de aquellos en los que a incidencia del Covid-19 es mayor que en el nuestro.

El turismo y el comercio parecen importar en muchos casos más que la salud de la gente, sobre todo la de quienes dejaron ya de trabajar y a los que hay que seguir pagando la pensión por la que tanto años cotizaron.

Mientras tanto se habla en el país de la necesidad de cambiar de modelo productivo, excesivamente dependiente, como se ha criticado tantas veces, del ladrillo y del turismo de masas, pero, a la vista de lo que sucede, parece que no hemos aprendido nada.

Y seguiremos viendo en las calles de tantas ciudades, grandes y pequeñas, carteles colgados de los balcones con las quejas de los vecinos que trabajan por los botellones y otras juergas callejeras que duran hasta la madrugada, sin que, en la mayoría de los casos, las autoridades hagan nada.