El cinismo es dandismo intelectual, por eso no se puede decir que Bolsonaro sea un cínico en toda regla. Pero sí se puede explicar el mundo más ilógico a través de su insultante desfachatez. El presidente de Brasil dijo tantas tonterías sobre el coronavirus que ya se me han olvidado parte de ellas. Recuerdo una que las contiene todas: «El virus es una fantasía».

Ahora ha dado positivo pero seguirá insistiendo en que de algo hay que morirse mientras que los brasileños caen como moscas. El negacionismo de la pandemia es una barbaridad propia de políticos irresponsables, aunque no todos los políticos irresponsables nieguen. Los hay que prefieren asentir y ocultar.

En algunos casos, como el del Gobierno español, se ha preferido correr un tupido velo sobre los ulteriores estragos de la plaga hasta el punto de dejar de contabilizar los muertos para no ahondar más en el fracaso de una gestión. Existe un hartazgo de líderes que, en vez de confrontar con la realidad, se enfrentan ellos mismos en interminables diálogos de besugos, medias verdades y mentiras plenas. Queremos saber hasta dónde están dispuestos a acordar medidas en beneficio de esta sociedad, no que finjan estar de acuerdo por las razones estratégicas que les convienen para no sentirse fuera de juego. Pero es posible también que piensen que no todos los españoles quieren la verdad y únicamente pretendan satisfacer la polaridad enfrentada de este país que se basa fundamentalmente en la mentira. Torra ha vuelto a acusar a Madrid de ser culpable de los contagios en Cataluña. Esto, sin necesidad de un análisis profundo, no tiene un pase para cualquier persona con dos dedos de frente.

Sin embargo, hay catalanes decididos a creerse la patraña. Por eso Torra se inventa un enemigo. Igual que Álvarez Cascos, en Asturias, se lo inventó entre los periodistas y Pablo Iglesias lo hace ahora para salir del lío en que se ha visto envuelto.