Empecemos aclarando que la bandera representa uno de los símbolos más importantes que tiene un territorio unificado. Por tanto, es el emblema que nos debería maridar a todos los españoles y sin embargo cada vez estamos más alejados de ese propósito.

Como recoge la vexilología, el origen de la bandera de nuestro país sufrió diversos avatares. Se remonta a principios del siglo XVIII durante el reinado de Felipe V, quien eliminó la cruz de Borgoña de los Austrias y propuso el cambio del escudo de armas de los Borbones con un fondo blanco por otro más llamativo, evitando así su confusión con los distintivos de otros países, de manera especial en el ámbito naval. El hecho se consumó en 1785 ocupando Carlos III -el mejor alcalde de Madrid- el trono, estableciéndose entonces la bandera rojo y gualda como emblema naval oficial, pasando en 1843 -reinando Isabel II- a ser la bandera española. La I República respetó los colores, eliminando solo el escudo borbónico.

Las modificaciones más significativas del emblema acontecieron durante la II República, al pasar a ser tricolor. Se cambió el rojo de la franja inferior por uno morado, para honrar a los comuneros de Castilla, y el precedente escudo monárquico se completó con alusiones a Aragón, Navarra y Granada, además de dos columnas de Hércules con la cartela 'Plus Ultra' y permutando la corona por un castillo almenado.

La llegada del franquismo introdujo varias transformaciones en la simbología, volviendo a las vetustas fajas roja, amarilla y roja, incorporando el Águila de San Juan, en honor de los Reyes Católicos, con el lema 'Una, Grande, Libre', amén del yugo y las flechas.

El advenimiento de la democracia trajo consigo modificar las alegorías de la dictadura. En concreto, se refiere a la bandera de manera descriptiva el artículo 4.1 de la Constitución de 1978 en estos términos: «La bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas». El escudo oficial vigente es bastante similar al republicano, omitiendo la franja morada, que se completó en su centro con un escusón con tres flores de lis, como rasgo heráldico de la Casa de Borbón-Anjou, y la corona real.

Lo que sucede ahora con nuestra bandera no es asunto baladí, se está empleando abusivamente para usos e intereses netamente partidistas, que contradicen la legislación aprobada por las Cortes Generales (BOE 2749/1978, de 24 de noviembre) que dispuso: «Se prohíbe a los partidos políticos, sindicatos, asociaciones o entidades privadas de toda índole la utilización de la bandera de España o de sus colores como símbolos distintivos y diferenciadores de los citados grupos», añadiendo lo que sigue: «En manifestaciones, concentraciones y, en general, en toda clase de actos públicos, organizados por los grupos indicados, queda prohibida la profusión de banderas de España». Sin embargo unos años después se publicó una Ley (BOE 39/1981, de 28 de octubre) dulcificando la anterior en el sentido de prohibir «la utilización en la bandera de España de cualesquiera símbolos o siglas de partidos políticos, sindicatos, asociaciones o entidades privadas».

Es harto frecuente la exhibición ostentosa de la bandera en manifestaciones promovidas por partidos políticos de derecha y de extrema derecha, verbigracia como las acaecidas durante las leyes del divorcio, aborto, matrimonio homosexual y no digamos con la crisis catalana, o las ocurridas en fechas más recientes en la plaza de Colón de Madrid, unas veces por la unidad de España, otras contra el presidente del Gobierno, en resumidas cuentas resucitando lo que el poeta Antonio Machado plasmó como las dos Españas al enfrentar a la ciudadanía, sea cual sea su color, credo o ideología. Por no olvidar el uso provocativo y partidario de la enseña nacional durante el confinamiento de la pandemia Covid-19, exponiéndola en los balcones como señal de protesta sin una justificación digna, o usándola como insignia en las prendas más diversas: gorros, corbatas, pulseras, cinturones, pegatinas, pulseras y hasta en las mascarillas.

Este abuso partidista del emblema constitucional, que debería representar valores de concordia, fraternidad, convivencia y solidaridad -tal como acontece con el beneplácito unánime en los partidos de los equipos deportivos españoles-, está logrando un notorio distanciamiento social entre los patrioteros de banderita y los demás patriotas, evidenciando que los idearios conservadores se encuentran más cómodos con la rojigualda que los de tendencia progresista. Sería nefasto que una parte dominante de los españoles aborreciera su bandera. Da dentera no poder identificarnos con los países de nuestro entorno (Alemania, Francia, Italia, Portugal, Reino Unido, etc.) que mayoritariamente la consideran todo un símbolo de orgullo y unidad nacional.