Es lunes. Mal día para casi todo. Soy alérgico a todos los lunes del almanaque, a los venidos desde el principio de los tiempos y a los por venir hasta que la Naturaleza decida cerrarles el chiringuito, a todos, y, supongo que es debido a ello que alunizo fatal. Cada lunes, al alunizar, «me descoño», como decía mi sobrina Alba cada vez que se caía. Entonces tenía unos cinco añitos y apuntaba maneras tratando de dar un uso lógico al idioma; después el arbolito se rindió a la acepción de la RAE. Ahora cuando se cae solo se escoña. En fin, que desde que tengo uso de razón pocos son los lunes que recuerdo con alegría. Y desde que tengo consciencia de que el director del banco no es un personaje de ficción, ninguno. Lunáticos, que son ellos...

Bueno, a lo que iba: nada más llegar al despacho me he visto obligado a echar mano de un viejo tocho profesional y, ¡bingo!, entre sus páginas me he tropezado con un viejo «aquí me quedé», exactamente entre sus páginas trescientos veintisiete y trescientos veintiocho. El «aquí me quedé» muestra a Mafalda, la hija de Quino, el historietista argentino y español, dando un consejo.

Yo amo y siempre amaré a Mafalda. De hecho, en estas mismas páginas conté hace años cómo me había dirigido a Quino por escrito declarándole abiertamente mi profundo amor por su hija y rogándole que me concediera su mano, la de Mafalda, claro. Pero no pudo ser, porque en opinión de su padre yo no habría sido una buena influencia para su hija. ¿Por qué diría esto don Joaquín Salvador? En cualquier caso, uno aún no ha perdido la esperanza. Y uno es persuasivo y constante...

-Hoy es un magnífico día para que hagas turismo por tus adentros -este es el consejo de Mafalda que figura en el «aquí me quedé» al que me he referido.

Obviamente, el consejo de Mafalda cobra mayor sentido hoy, siendo lunes y, aún más, encontrándonos en días aciagos por la incesante amenaza del innombrable animálculo asesino. Así que dicho y hecho: ipso facto, sin pensármelo dos veces, he saltado a mis adentros con la intención de turistear garbeándome por mis entresijos más íntimos. Mis pies aún no habían tomado contacto con mi interior cuando una voz a mi espalda llamó mi atención:

-¡Hombre, tú por aquí... Una alegría verte de nuevo! -era una neurona sabelotodo del negociado cerebral de las emociones, a la que conocí en un viaje anterior-.

Reencontrarma con ella me ha dado alegría. De entrada ha vuelto a llevarme al negociado cerebral del raciocinio y allí andaban ellas, cuasi infinitas neuronas, raciocinando sin parar. Curioso el zumbido sordo que produce el raciocinio bien manejado, que comparado con el atronador ruido de nuestro Congreso y nuestro Senado, es música celestial. Al fondo del negociado, de cuando en vez, algún proceso chirriante iba acallando desagradablemente el zumbido.

Según mi neurona guía, cuando al negociado del raciocinio los procesos le llegan por sus extremos, siempre chirría. Parece ser que a los extremos del conocimiento hay que llegar desde el centro de cada asunto, y no al revés. Aprendemos avanzando hacia lo por conocer, que generalmente está más allá de nosotros, y no al revés. Obviamente, la puerta principal del negociado del raciocinio se encuentra en el centro de cada neurona, de abajo arriba, y no al revés. Lógico.

Seguimos, y al llegar al negociado de las emociones a mi neurona guía se le cambió la cara por brillo. Allí toda ella era brillo. Allí todas ellas eran brillo a pesar de que este negociado es infinitamente más difícil de gestionar que el del raciocinio, porque las emociones no tienen lógica que las explique y las describa más allá del mero empirismo cartesiano del estímulo-respuesta. Pensar obedece a fases cuya complementariedad da pie a las siguientes. Sentir es una explosión inefable. La ciencia sabe explicar y hasta demostrar la electricidad en las emociones y sus grados, pero no la emoción en sí misma. El negociado en el que trabajan las neuronas encargadas de las emociones es, simplemente, emocionante. Y, sépase, puedo jurarlo: ¡esto no ha sido una redundancia facilona!

El universo de las neuronas, a pesar de las múltiples especialidades que las aíslan entre ellas es una especie de perfecta sororidad universal de clisos ausentes.

¿O no?