Existen momentos en lo que lo último que te esperas es que una sensación se asocie involuntariamente con malos recuerdos, temblores, sudores, descontrol del pensamiento y agotamiento físico.

Se dice que uno supera las cosas cuando es capaz de contarlas con tranquilidad e incluso generando aprendizaje al respecto, pero ¿qué ocurre cuando uno no está preparado y de forma involuntaria los pensamientos negativos se apoderan de uno mismo?

En mi profesión intentamos enseñar a controlar el pensamiento a través de la respiración y su capacidad para calmar y recuperar el ritmo cardíaco, a través de un auto diálogo positivo para centrarnos en aspectos que interesen para no seguir frustrándonos y podernos focalizar hacia un objetivo realista y alcanzable, o través de la relajación para aprender a calmarnos, aceptar los pensamientos y reorientarlos€ Existen muchas formas de trabajar el control del pensamiento, además de la experiencia, completamente necesaria para aprender y poner en practica cada vez mejor lo que cada uno según su personalidad desea para poder seguir mejorando a lo largo de su camino.

Cuando experimentamos situaciones traumáticas, aquellas que nos ha costado tiempo el podernos adaptar dejándonos impactados, ya sea por miedo, tristeza, desadaptación, etc., podemos sentir determinadas secuelas en momentos previsibles o imprevisibles. Podemos sentir temor a que la experiencia se repita, momento que se debería buscar la ayuda de un profesional cuando antes para canalizar el miedo, aportar confianza y gestionar una emoción negativa paralizante cuanto antes. Pero también una secuela puede ser la recreación en nuestra mente de la experiencia traumática por el recuerdo de algo relacionado con la misma, generándonos sensaciones negativas tanto físicas como mentales, sin estar preparados y hasta puede ocurrir disfrutando de un buen momento.

Ahora toca reflexionar si en ocasiones, una vez de sufrir determinadas situaciones que nos hace estar incómodos, procedemos a darles vueltas y vueltas hasta ser nosotros mismos los que quizás enquistemos el problema, por la preocupación que nos genera, por quererle buscar una explicación lógica o por el miedo a que nos vuelva a pasar. Y si, nos ponemos más límites en la mente que confianza en nosotros mismos a la hora de actuar.

Todos experimentamos situaciones incómodas y puede que la magnitud de la sensación difiera entre unas y otras, provocándonos reacciones psicofisiológicas como sudores o temblores, pero por una vez o algunas veces no tenemos que alarmarnos. Ser conscientes de los que nos pasa, contar con un profesional cerca que nos ayude a darle nombre y normalizar la situación y tener ganas de volvernos a exponer para sentir que nos superamos y sobrellevamos la situación incómoda es la mejor opción. El miedo bloquea y nos aleja de la situación que queremos aprender a superar, y la valentía está relacionada con la determinación, que no con la capacidad, para enfrentarse a situaciones complicadas. La capacidad la iremos adquiriendo a través de la experiencia de la exposición continuada, hasta conseguir normalizarla.

Lo más fácil es poner nombres a las sensaciones (ataques de ansiedad, pánico, bloqueos, etc.), evitar el displacer y seguir merodeando cerca de la zona de confort, por mal que nos venga o poco que nos ayude. Pero al final las cosas buenas acaban llegando si el esfuerzo por conseguir lo que uno se propone es superior a la pereza o el miedo a sentir y, o a fracasar.