La pregunta del momento sería por qué la pandemia que aún nos aflige con rebotes en España fue muy pronto controlada en Portugal. La respuesta sería que las cosas allí se hicieron a tiempo y bien. Así dicen los hechos, recogen las crónicas y refrendan los testimonios. Pero la complejidad del caso, paralelo en ambos países peninsulares, requiere un examen más atento aún sin entrar en detalles. Es verdad que la irrupción inesperada del problema, interpretado al principio como una simple gripe, ha cogido a todos de sorpresa y sin antecedentes que permitieran una adecuada anticipación del tratamiento, no solamente médico sino a la vez político y social de los acontecimientos. A mi modo de ver, el hecho principal que ha propiciado en Portugal unos resultados relativamente rápidos y de algún modo eficaces, ha sido la «desideologización» previa del modo de afrontar la emergencia y su tratamiento, aceptada sin fisuras por la ciudadanía.

Los portugueses de hoy parece que son más cívicos que nosotros. O más prácticos. Por lo menos, más unidos. Nos dicen las crónicas que se ha mantenido una atención especial a las personas mayores y a los ancianos, además de intervenir con rigor, patriotismo, disciplina y solidaridad. Sin duda habría algunos inevitables y humanos fallos, pero las informaciones valoran que hubo un tratamiento social por encima de lo político. Controles estrictos, vigilancia eficaz, evaluación constante, cierre de fronteras, cancelación de vuelos, medidas de control y de cumplimiento con el apoyo expreso de todas las tendencias ideológicas. Es cierto que los acontecimientos del caso cogieron a todos por sorpresa, sobre todo en Italia y España, sin pautas de identificación y tratamiento como respuesta a una invasión que al principio no fue tomada en serio -entre un constipado y una gripe- ni valorada en su peligrosidad. Ni tampoco parece que hubo la debida información de quienes sabían o intuían de qué iba una novedad que al principio fue interpretada como una simple gripe estacional. No sé si decir que lo peor del caso entre nosotros sería su inmediata politización, muy aprovechada por el elefantiásico Gobierno que encontró en ello la piedra filosofal para su poliédrico y disgregador proyecto político.

El resultado fue confuso, impreciso, politizado y, lo que es peor, inmisericorde con los millares de muertos y sus dolientes familias. Y encima el aséptico informe cotidiano del fúnebre don Simón con cifras discutibles de cadáveres. Precisar su número, conocer sus nombres, valorar sus vidas, agradecer el sacrificio de muchos que acudieron a salvarlos y murieron por ello heroicamente son tareas pendientes de nuestra entera sociedad fuera de toda ligazón política o sectaria.