E me contó algo que le había pasado. Se emocionó al contármelo. Fue hace mucho tiempo, antes incluso del Estado de Alarma. Aquel día pensé que sería un buen comienzo para una novela. No sé por qué, pensé que la protagonista, a quien le sucedería lo mismo que a E, tenía que ser una cantante. Estuve un tiempo pensando la novela. Empecé a leer biografías de cantantes y me compré un libro, Rockeras de Anabel Vélez, que tengo subrayado y lleno de notas. Quería que fuese, hablo en pasado pero la idea sigue presente, una novela de historias cruzadas. Tengo un cuaderno con esquemas. Siguen creciendo.

Esta semana me he leído De cara de Debbie Harry, la cantante de Blondie. Su biografía. Nunca he sido seguidor del grupo, tengo en mi lista de favoritos sólo un par de temas. Call me y Heart of glass. Soy más de los Ramones o de Television, grupos que ella también menciona, que aparecen en el libro. La biografía me interesaba para seguir construyendo el personaje de E.

¿Cómo una punki puede llegar a convertirse en mainstream? Chicas guapas, teñidas de rubia hay muchas, pero ¿cómo llegó Harry, en el Nueva York de los años setenta, a liderar su propia banda y protagonizar varias películas? Por ejemplo, Hairsparay de John Waters, Videodrome de David Cronemberg, Union City de Marcus Reichert, Elegy y Mi vida sin mí de Isabel Coixet.

Una mujer que, como ella misma reconoce, "me habían programado desde la infancia para buscar a un hombre fuerte que me sacase adelante y que cuidase de mí" en una época en la que "nadie se consideraba punk todavía" antes de que los creadores de una revista que se llamó así, Punk, "cogieron la palabra y le dieron valor y desarrollaron una marca alrededor de aquella pequeña escena. Realmente, no hubo un sonido particular que se pudiera definir como punk hasta bastante más tarde, porque al principio había muchos estilos distintos. Pero creo que el toque universal era que estábamos señalando las inconsistencias de una sociedad hipócrita y los puntos débiles de la naturaleza humana y todo era una gran broma".

Ni siquiera vestían de una manera particular, el estereotipo del punki con cresta y pantalón de cuadros escocés. Aquel era "un mundo más inmediato, más pequeño, más estrecho y privado. Era una época de experiencias vividas, sin efectos especiales; una forma de vida pura, cruda, visceral. No había selfies voyeristas de segunda mano retransmitiéndose en internet ni tampoco adictos al móvil intercambiando textos interminables en lugar de establecer un contacto directo, cara a cara". Y, en ese ambiente, Harry creó un personaje andrógino, inspirado en Marilyn, "con Marilyn pasaba lo mismo: era una mujer interpretando la idea de un hombre sobre una mujer". Una fantasía, "un icono sexual", escribe Harry. "Sentía que Marilyn también interpretaba un personaje, el cliché de la rubia tonta con voz de niña pequeña y cuerpo de chica grande y que había muchas mentes pensantes detrás". Una hipocresía que lamentablemente sigue vigente en la industria musical, capaz de fagocitar cualquier movimiento, sea queer, fluido o el que esté por venir.

"Pierdes el poco control que puedas tener cuando renuncias a tu vida firmando en muchas lineas de puntos y te han amarrado a la punta de un cohete. La lección en realidad era la misma siempre: sobrevivir y encontrar un camino para crear mientras te precipitas a través del espacio". La vida como una serie de interferencias. Con éxito o sin él, que se interpone, te roba lo más valioso que tenemos: el tiempo. "Todo es cuestión de tiempo. El tiempo es lo que importa. El tiempo me ha traído —a mí y a todos— inexorablemente desde el inframundo de la contracultura hasta el convencionalismo de la cultura actual. Un mundo muy distinto". Un mundo que vemos transformarse junto a la protagonista. Su vida. Con Nueva York como epicentro. Desde el decadente y peligroso Nueva York de los años setenta hasta el gentrificado y aterrorizado de principios del dos mil. Un Nueva York que nada tiene que ver con el de las películas de Woody Allen, porque, mientras lees a Harry, tienes la impresión de que Allen pertenece a otro planeta, un universo paralelo con un planeta Tierra paralelo donde hay otra ciudad que se llama igual, Nueva York, donde Harry vive de prestado, cambia de trabajo continuamente, de camarera a conejito Playboy, para trabajar en un gimnasio, después se muda a California (por amor) y regresa poco después. "... no había una gran estrategia detrás. Simplemente hacíamos lo que nos gustaba hacer y todo avanzaba muy despacio".

Hasta que aparece su oportunidad y la aprovecha. Gracias a "los pormenores y las maquinaciones del pequeño e incestuoso mundo de la industria musical". Le siguen siete años sin vacaciones, más de cuarenta millones de discos vendidos, para, en el punto álgido de su carrera, descubrir que está arruinada. Su contable llevaba dos años sin pagar impuestos. Chris, su pareja y compañero en el grupo, en esa misma época está al borde de la muerte.

"Al principio, la fama era un sentimiento muy sensual [...] Era excitante, pero a la vez extrañamente decepcionante", cuenta Harry. "El éxito, cuando finalmente llegó, enseguida se volvió casi decepcionante, en comparación con los estimulantes años que lo precedieron". No está hablando de dinero.

La historia de Harry no es sencilla, está llena de altibajos y no hay una gran epifanía final porque este libro, sincero, intenso, se parece a la vida y, en la vida, no siempre sucede que los buenos triunfan. Ojalá sea cierto lo que le dijo un hombre, en el aparcamiento de un centro comercial, a Harry: "Todo el mundo tiene talento, pero perseverar y lograr el éxito es lo que separa el talento real de las aspiraciones".

Harry fue abandonada por su madre biológica a los tres meses.

"He estado intentando pensar qué era lo mejor de Blondie para mí y he llegado a la conclusión de que fueron los primeros días de la banda, cuando éramos artistas en apuros que corríamos por el Lower East Side intentando poner algo en marcha [...] Nadie hablaba de éxito comercial. ¿Quién quería ser comercial? Lo que hacíamos era mucho mejor que eso".

Una vida que merece ser contada. Y leída.

"... ahora el tiempo va muy deprisa. En cuanto maduras, te pudres. Hoy en día todo se reduce a ser famoso. Pero en aquella época se trataba de hacer que pasasen cosas. Y, con el tiempo, hicimos que pasasen cosas". Una reflexión que se puede aplicar más allá del mundo de la música. Merece una novela.