Se nos ha ido de domingo, como si no quisiera hacer ruido, seguro que después de pelearle a la muerte su barrio de frontera, con orgullo arisco y su gesto de boxeador con estampa de sombra en talleres mecánicos, en bares con vermú de amigos sobre las derrotas y los sueños. Vino Ringo a su encuentro, con un dedo cojo y duro, el del revólver, el del sujeto antihéroe de su literatura. Magistral, grande, adusta, realista y marcada de cicatrices con historias de perfecta relojería en su latido.

Se nos muere Marsé y nos deja huérfanos de su mirada en reto, socarrón hacia dentro, rebelde siempre, de experiencia su mundo, la aventura de su lenguaje bilingüe: lo real, lo herido, lo imaginario, lo abandonado, la ética y la soledad del perdedor, a caballo o en su moto.

Nos deja el maestro, se vuelve más hermosa Teresa, llora Pijoaparte en la memoria. Se hace más hondo el apretón firme de su voz, el respeto de su tono, sus ojos sonriendo cuando le gustaba la honestidad, el coraje, la literatura con personalidad de territorio, de escritura de pie grande, libre, sin maquillaje ni grupos. Segura y hecha a si misma.

Gracias por tanto maestro.