Cada verano el litoral de Málaga se transforma en un libro de bitácora. En sus páginas se pasa revista al mapa de un tesoro acerca del que la poesía, la plástica y el arte marcan el rumbo de una travesía impresa. La singladura con la que escaparse lejos del exceso de realidad con mal tiempo, a bordo de un barco manuscrito, de espaldas al sol la lectura y el corazón sobre las horas de arena, en una isla de sombra desde la que contemplar cómo el azul escampa entre las olas. La lectura siempre es un escondite donde una seducción sucede. No me extraña que en este mes de temperatura bravía, derramando de los cuerpos el sudor de sus formas y las orillas de sus desnudos, haya sido el erotismo la propuesta elegida en un número para dos seguido de un sesenta y nueve. El ouróboro de los amantes engarzados en su signo rojo que Lorenzo Saval ha trazado en la cubierta del tratado que comienza con los apuntes mitológicos sobre Eros y termina en la marea de Benalmádena después del Sógame del último poema. Un deseo cifrado por la pluma de Víctor Lorenzo Cince, mientras que acerca del dios griego Carlos García Gual imparte su habitual didáctica de la que es imposible no aprender. Desde su nacimiento surgido del abismo del Érobo, donde la Noche puso un huero huevo, con alas más rápidas que el viento e ilustrando cada genealogía del mito original del anhelo pasional hacia el otro, hasta el placer más allá de la carne para deleite del alma. Afrodita y Eros en arcaicos embates líricos, sus voces en torno a Arquíloco y Safo, a Jasón y Medea. Qué grave pérdida que a los jóvenes no se les enseñe cultura clásica, el pensamiento de Platón y Sócrates, las letras de Eurípides y Sófocles, de Séneca y Abu Nuwas. Toda la belleza del cortejo del lenguaje, de la importancia de los símbolos, de cada manera de ser sujeto mujer, sujeto hombre, gritos de desgarro, los diferentes velos del silencio, la naturaleza humana en su esencia y su carne, se entienden con mayor pobreza, desprovistos de la riqueza de sus matices. Sin esa educación Venus y Eros sólo son dos cuerpos vulgares que copulan y se desvanecen.

El erotismo exige que nos adentremos en su concepto y posibilidades, libres de prejuicios culturales e ideológicos, sabiendo de antemano que el deseo posee un antifaz reversible en su doble papel de verdugo y de víctima. Y que conocer sus ámbitos, sus ficciones estéticas, sus transgresiones y sugerencias, requieren un participativo espíritu juguetón como comensales en el banquete simbólico, afectivo y psicológico que alberga este nuevo número de la revista malagueña, donde embarcarse con todos los sentidos dispuestos. Desde sus primeras páginas Oliverio Girondo advierte de lo que acontecerá durante la lectura e invoca antes de su comienzo el ritual de la pareja que se evade, se entrega, resplandece, se inflama y se derrite. Ofrece también en su principio un ánfora egea del siglo V a.C. en cuyo lienzo de cerámica lleva dibujado la carnalidad del deseo cuerpo a cuerpo y un interior del que presentir aceites, vino, especias, aromas, texturas. Todo lo necesario para la celebración del placer como los gemidos apropiados del kamasutra: el zumbido de las abejas, el arrullo de las palomas, el grito del cuclillo, el ruido de una baya de yuyuba que se cae en el agua, y en el licor que en su vientre oculta. Su sabor será cuestión de lo que nos transmitan nuestras yemas al mojarse en lo hondo de cada página, y al darle la vuelta. Saval y Antonio Lafarque buscan que cada monográfico de Litoral sea polifónico, que en cada hoja demorarse sea un goce, que el lector encuentre entre el ensayo, los versos elegidos y las ilustraciones cuidadosamente enhebradas por Lorenzo y por Miguel Gómez, -como si la piel de cada página se tratase de un tapiz árabe sobre el que caligrafiar las curvas tipográficas de Rosario y la de Fabian De Smet - la experiencia de aprender acerca de la huella de cada letra y su danza, y una especie de felicidad del conocimiento. Otro de los regalos a los que convida la lectura de lo que excita la imaginación y la mueve por cada una de las estancias de papel destapadas a susurros, a relatos de El Decameron de Bocaccio; de La Filosofía de Sade con Dolmancé y la Señora de Saint-Age enseñando a Eugenia juegos libertinos.

Hay más iniciaciones y magisterios de otras épocas en las que los libros eran aulas temáticas, lecciones de seducción y de cicatrices. Lo mismo que de la pintura cada maestro construía su pinacoteca, como la que nos brinda Juan Manuel Bonet donde cuelga Los amantes de Kirchner, sin velo alguno en la posesión desnuda en Schiele; la belleza misteriosa de Sonia de Klamery seduciendo a Anglada Camarasa con la ele de sus hombros y en medio la luna de una telaraña en su mirada. Y el imprescindible Coubert de El origen del mundo entre los muslos de Constance Quéniaux con el que el pintor retó para la posteridad al íntimo examen de la imaginación tentando al deseo. Cada época el icono de un placer, el fetiche de un goce, el frasco de perfume de cada cuerpo descorchado y desvertido sobre los aromas de otro cuerpo. Qué perfecta y delicada o salvaje alquimia. No es precisa ninguna llave para entreabrir las alcobas de este cofre escarlata con fondo negro. Sólo mirar sin prisas, leer despacio, disfrutar de cada ilustración y texto la caricia que sugiere, el tiempo que despierta. A mano por la sensualidad de La odalisca de Boucher; las curvas de encaje de la Bettie Page de Robert D. Blue; los fantásticos dibujos del cuaderno erótico de Susi Márquez; la fotografía explicita del verano de 1929 de Man Ray; la nadadora de Milo Manara o de La boca 7, qué boca, de Tom Wesselman a la que décadas después Kim Sun Jin le dará en Secreto más calentura de metáfora y carne en su urdimbre.

De cada lámina escuchamos su latido y su anatomía interpretada y poseída con los versos de Ángeles Mora y la siesta del camisón erizado; el desnudo de luz bajo la niebla de Mesa Toré; los cuerpos como interrogantes de Enric Sòria; a Vicente Gallego y el preciso reloj con dinamita; los amores de unas horas y el fantasma del aquero de Felipe Benítez Reyes; la fuerza del beso que precisa dos como reclama María Elena Higueruelo; el arte de dar besos melancólicos sobre el que Jesús Aguado versa, cerca de la caníbal de piel hasta que te rindas de Josefa Parra. No faltan los labios resbaladizos de saliva de Javier Vela; el lugar supremo de la alcoba detrás de las palabras y sin límites para el repetido golpe de los pechos de Antonio Lucas; la tradición oral de Raquel Lanseros, ni José Antonio Millán recordando los tugurios sórdidos con espejos donde Circe y sus hechizos. Una larga lista de almohadas, alimentos, ombligos, culos, rosas náuticas, cofres de algas, gladiolos, placeres del oído, orgasmos, botones de fuego de Francisco Díaz de Castro, pubis, secretos sexuales de las palabras, post coitum, y el lecho del suelo con piedras heladas de gin-tonic que invita a probar Ben Clark. Sucede siempre con el erotismo, es su esencia y su juego. Que cada lector escoja, cierre los ojos, escuche, se sonría o se evada en la penumbra de sus secretos según los versos de Erika Martínez, de Aurora Luque, de Andrés Neuman, Isla Correyero, Cristina Peri Rossi, Javier Puche, Luis Alberto de Cuenca, Juan de Dios García, Mari Paz Ruiz Gil, Álvaro Salvador o Gioconda Belli.

No sólo de poesía e ilustraciones se alimenta la naturaleza erótica que tuvo épocas doradas con el cómic sobre el que José María Conget recuerda a Moebius, a P. Moriarty, a Nazario, a Alex Raymond. Lo mismo que Carlos F: Heredero ilumina la pantalla del cine mudo con fotogramas de diosas como Hedy Lamar, Pola Negri, Theda Bara. E inflama el apetito de la pasión con la harina enviolentada en mesas de cocina; con las máscaras del yo en el otro de Eyes wide Shute de Kubrick; el despertar apetitoso de Jayne Mansfield en Promises! Promises! de Donovan; el placer liberado y sus fantasías por Godard, Buñuel, Bertolucci, Cavani. El rompeolas del beso en blanco y negro con impetuosa espuma de Burt Lancaster y Deborah Kerr en esa playa parecida a la que en todos fuimos soñadores amantes de allí a la eternidad.

Cumplió años en los mares de China de la cultura, no hace mucho, el Litoral de Mará José Amado su capitana de máquinas, con toda la memoria de la Generación del 27, del exilio, del retorno, de la contemporaneidad del pensamiento, del arte y de la poesía -queda pendiente sumarle más narrativa en corto y de prestigio- tatuada en sus cuartillas de cabotaje. Labor y tiempo por el que el Instituto Cervantes de Tánger le rindió un homenaje auspiciado por Ada del Moral y Javier Rioyo, en una de esos puertos de pantallas durante el temporal enfebrecido en el que cada uno fuimos una isla enclaustrada, mar a fuera de la vida. Sólo los implicados conocían entonces la gestación de este museo impreso de 277 metros cuadrados en forma de holandesas estucadas de 135 gm2 como alcobas -guiño en recuerdo de aquella fantástica exposición del CCBB de Barcelona de 2016 sobre la arquitectura del sexo- del disfrute del erotismo con su espacios, sus prácticas y sus secretos.

Así que aprovechen el verano, y póngale temperatura literaria a sus noches con este Litoral a mano en su tocador. El deseo es la intuición del placer. No hay conciencia que a su tentación escape.