La cita fue en la casa, con vistas al mar, de una conocida escritora de Málaga, aunque llamaba más la atención la playa, peligrosamente concurrida, como apostilló alguien que se asomó a la terraza con una copa de vino blanco en la mano.

La anfitriona tuvo que hacer más de medio centenar de llamadas telefónicas para que acudieran once amigos y conocidos, y eso que la comida y las bebidas las ponía ella, detalle éste de importancia en los encuentros entre una clase de intelectuales. Quería hacerles partícipes del texto que había firmado un grupo de escritores, académicos… de izquierdas, y algunos de derechas, que se publicó en Harper´s, importante revista norteamericana, contra la deriva totalitaria?, precisamente, de la izquierda.

Cuando ya estaban casi todos, les pidió que se sentasen donde quisiesen y empezó a hablar desde un ángulo del sofá en el que confluían las miradas escépticas de los presentes. Sus palabras volaban despacio por la sala, de un beige suave y de un cortinaje blanco impoluto, acompañado de los vivos colores de un dibujo de Matisse.

Habló de que los firmantes de Harper´s lo habían hecho con un poco de miedo e incertidumbre acerca de la reacción que provocarían, como de puntillas, dijo ella, para no molestar demasiado, no fuese que les soltasen los perros de la intolerancia. Y es que hablar de estas cosas impone; la censura, el linchamiento, el boicot… están a la orden del día, precisó antes de referirse a lo que se conoce como cultura de la cancelación, el movimiento izquierdista que se pasea en Occidente por internet, las universidades y los medios de comunicación, entre otros espacios. Las mujeres y las minorías son los grupos que dicen defender sus seguidores, pero lo que les apasiona es decir lo que los otros pueden o no escribir o decir, son la moderna policía del pensamiento, tan vieja como la Inquisición del siglo XII.

Alguno ya se había quitado las gafas para limpiarlas con sumo detenimiento, otra miraba por la ventana con señales evidentes de incomodidad… pero ella no se detuvo y siguió adelante. En #MeToo, como sabéis, no es necesario probar la acusación ni atender la presunción de inocencia, basta con pronunciar la condena. Claro, unas veces caen culpables, pero también demasiados inocentes. Y el señalamiento es anónimo, y los hechos da igual que sean de veinte años atrás. El caso es que el miedo a ese señalamiento funciona, y mucho.

Continuó. Ahí está el matrimonio de los profesores Erika y Nicolas Christakis, que se vieron obligados a hacer las maletas en la Universidad de Yale porque habían cometido el horrible delito de enviar un email en el que defendían que los alumnos se disfrazasen con libertad en Halloween. Fueron perseguidos por esos alumnos, o monstruitos sería mejor decir, matizó.

Hace algo más de tres meses, la editorial Hachette no se atrevió a publicar las memorias de Woody Allen, A propósito de nada, aunque no tuvo rubor en dar a la luz Distribuidor de Muerte, las memorias de Rudolf Höss, el comandante jefe del campo de exterminio nazi de Auchswitz. ¡Ah!, y hay profesores que para no sufrir problemas deben ofrecer a sus alumnos lecturas alternativas, no sea que con otras sufran estrés. Ofendiditos se les llama a escondidas.

Pero no se preocupen, ya estoy terminando, de las 532 palabras del texto de la revista, el término «derecha» sale dos veces, y malparada, pero «izquierda» no aparece nunca. Nada nuevo, la corrección política empezó hace cuarenta años convirtiendo a los negros en «afroamericanos» y desde entonces hasta hoy han sucedido muchas cosas, como que se pintarrajee una estatua del ex esclavo Miguel de Cervantes porque éste era hombre y de piel blanca. O que HBO descatalogue Lo que el viento se llevó. Bueno, pues yo he escrito unas líneas que someto a vuestra consideración por si queréis que en esta ciudad del paraíso -y sonrió- hagamos algo mostrando también nuestro rechazo a esta marcha autoritaria.

Ahora sí que se hizo palpable el silencio, espeso, expansivo… hasta que alguien preguntó quién quería una copa de tinto y entonces aprovecharon todos, menos ella, que siguió donde estaba, para levantarse y dispersarse por la magnífica terraza de un verde lujurioso. Paul Éluard escribió estos versos:

En la salud reencontradaen el riesgo desaparecidoen la esperanza sin recuerdoescribo tu nombre.Y por el poder de una palabravuelvo a vivirnací para conocertepara cantarteLibertad.