El titulo de este artículo es de rima fácil si no nos preocupa luchar a brazo partido con la métrica. De hecho, El Corte Inglés visto por partes es una mina de ideas. Piense, si no, amable leyente, en el juego que dan departamentos tales como confitería, peluquería, camisería, zapatería, lencería, peletería..., para hilvanar el verso. Incluso si se nos quedara corto este gran almacén, la marabunta del respetable que circula por sus alrededores terminaría iluminándonos. Así, entre la masa y el gentío no habríamos de esforzarnos demasiado para distinguir la coquetería, la pedantería, la chabacanería, la holgazanería, la tacañería, la altanería... Y en caso de que para facilitarnos la poética decidamos no alterar la métrica, tampoco se trataría de una labor imposible, porque la tontería, la brujería, la grosería, la chulería, la asnería... forman parte de la cotidianidad caracterológica del sapiens. Lo cierto es que la bobería es un concepto empático per se, tanto, que hasta en los versos libres rima con gilipollez, con necedad, con tontada, mentecatería, con inepcia, con disparate, con despropósito€

Puesto a elegir, mientras ando tratando de encontrarle un camino a mis palabras, se me ocurre que quizá lo ideal sería hacerlas rimar con greguería. La greguería, las greguerías a las que don Ramón bautizó, en realidad fueron realidades cada vez que una mente despierta se encontró con una pluma. Quevedo y su enemigo del alma, Góngora, por poner un ejemplo fácil, fueron sendos manantiales abundantes de ellas, aunque nunca lo supieran. Supongo que cuando Gómez de la Serna, ya ido de esta vida, se los encontró, fuere donde fuere, se lo contaría:Paco, Luis, chicos, qué lentos y carcas fuisteis. Os pasasteis media vida pariendo insuperables greguerías sin daros cuenta, chispa más o menos, así pudiera haber sido la escena. Aunque a veces se antojen meros infortunados ejercicios de logomaquia, las greguerías, por lo general, van más allá y se convierten en verdaderas obras del más refinado verismo literario. Ello, obviamente, excepto cuando la pretendida y no lograda greguería se convierte en bobería como resultado de la bien repartida verbidesgracia política que, dicho sea de paso, ha crecido en volumen e intensidad con la llegada del animálculo asesino. Sirva si no de ejemplo el mantra mal aspirante a greguería venido, parece, para empujarnos a todos a tomar consciencia de nuestra cándida bobería, cuya insistencia hecha eco suena así: Ñoras, ñores, distinguidos todos, Fuengirola, Málaga, la Costa del Sol, Andalucía y España son destinos seguros- poco más o menos, este fue y sigue siendo el mantra bobalicón aspirante a greguería malhumorada de nuestros primates según sus rangos y responsabilidades turístico- institucionales. Aún recuerdo la apresurada torpeza turística perpetrada en Alemania con motivo de la cancelación de la ITB. Nuestros primates turísticos andaluz y costasoleño, ambos, cada uno a su manera, expresaron lo inexpresable: «Andalucía es un destino seguro», «la Costa del Sol es un destino seguro». Lo único que sí es seguro es que los germanos, impresionados, gritarían silentes, ¡jo, prodigio de tíos, tú...! Ahora, que sabemos el precio exacto del peine, nuestros primates turísticos insisten. Unos refrendando sus capacidades videntes al afirmar que la obligación de permanecer enmascarillados independientemente de la distancia de seguridad no mermará el flujo turístico. Otra, en este caso la ministra Maroto, máxima responsable del turismo patrio, roborando que es gerundio, insiste con tono mistagógico en el bobo mantra aspirante a greguería malhumorada «España es un destino seguro, podemos convivir con el SARS-CoV-2», que así expresado da claras pistas de nuestras capacidades de respuesta. O sea, algo así como «querido turista, no deje de venir, venga, enmascaríllese y disfrute cómodamente de la benevolencia en grados Celsius con su mascarilla en las incomparables playas españolas, vigile su higiene y no sea agorero que si tenemos que confinarlo lo haremos con presteza y arte, a la española, con profesionalidad y con exquisito gusto. Total, querido turista, puesto a confinarse, ¿dónde mejor que en España?». Munificente la ministra Maroto, oye..., como si el bicho indeseable hubiera venido a España de vacaciones. Los profesionales político-turísticos que viven de serlo se han convertido en la alta aristocracia de la bobería turística y traído la desagradable seguridad de que el adjetivo «icástico» es irremediablemente incompatible con el arte de esa alta política turística que ni está ni se le espera en La Moncloa, ni en San Telmo, ni en Pacífico 54... Doloroso.