De estropearlo, capaces somos. Aquí cualquier fiesta dura poco. Se alcanza un éxito histórico en Europa con balón de oxígeno financiero sin precedentes para España y los países del sur, y a las 48 horas el Congreso de los Diputados empaña la alegría rechazando un acuerdo en la Comisión de Reconstrucción; salvo en el plano sanitario, Unión Europea y reactivación económica. Gracias, Ana Pastor, moderadora de posiciones de su partido. «España no está para aplausos, señor Sanchez», le espetó Pablo Casado desde su escaño cosechando él, segundos después, una larga ovación. «Ha sido una negociación extenuante -replicó el presidente- con un gran éxito para España y para Europa y su contribución, señor Casado, ha sido inexistente».

La frase más destacada de Casado durante la agria negociación en Bruselas fue ésta: «El señor Sánchez acude a Bruselas con los deberes sin hacer». Fue muy celebrada en el frente de los «países frugales» del norte que se oponían al acuerdo, porque les daba argumentos. Casado enlazaba así con la acusación de «pedigüeño» con la que su líder moral, Aznar, obsequió a Felipe González en otra dramática negociación europea en Edimburgo con buen resultado para España. Más despectiva, aunque menos corrosiva, fue la declaración de Vox en esas horas: «Sánchez se ha arrodillado en Europa». Hijos de Aznar también son, aunque estos en versión de orgullo patriótico.

Con todo, el acuerdo llegó y de su éxito y de las esperanzas que suscita, dan fe los presidentes autonómicos que ya se disputan el reparto. No fue responsabilidad de una persona clave, sino de una coalición, con España e Italia, Sánchez y Conte, incorporados al eje franco-alemán y con Portugal tirando de países de menos peso. Lloraremos -nosotros y toda Europa- la retirada de la canciller Ángela Merkel que en las reuniones plantó cara a los holandeses y a sus asociados.

Mientras esto tan trascendental sucedía, el rebrote de la maldita Covid se generalizaba. Una perversa coalición entre irresponsabilidad festiva juvenil, miseria de vida inadmisible de los temporeros y torpeza de algunos gestores, ha dado como consecuencia un panorama inquietante en varias autonomías. Hoy no se escucha a la consellera de Presidència de la Generalitat, Meritxell Budó, decir que «en una Cataluña independiente, la incidencia de la enfermedad hubiera sido más baja que en España». Sin llegar a la independencia, solo pasándole la responsabilidad de la gestión a Quim Torra, en Barcelona crecen las restricciones, como en Lleida (y en parte de Aragón). El nuevo primer ministro francés, Jean Castex, pide a sus ciudadanos que no viajen a Cataluña. No será por animadversión, porque Castex, ex alcalde de Prada de Conflent, localidad pirenaica donde se refugiaron Pau Casals y otros republicanos, habla en casa catalán con su esposa. Ojo porque Francia registra más de mil nuevos contagios en un día y esto se puede desmadrar otra vez.

En España resisten bien algunas autonomías, especialmente Canarias, Baleares, Andalucía, Extremadura, Asturias, Cantabria y Galicia pero, o se toma en serio la amenaza, o la segunda oleada de infección que se esperaba para octubre, la estrenaremos en agosto. La apertura del curso en septiembre se intuye demasiado arriesgada. Es lo que tenemos. La sociedad exige responsabilidad a la política. Ni caso.