Somos lo que recordamos, para lo bueno y para lo malo. Por eso muchas veces nos empeñamos en olvidar aquello que nos duele o nos desgasta, porque forma parte de nosotros y nos desgarra y queremos desprendernos de esa dolor o esa carga para poder caminar más ligeros hacia lo que queremos ser sin que nos lo impida lo que fuimos o recordamos a pesar nuestro. También por eso nos gusta encontrarnos con lugares y personas con las que compartimos tiempo y experiencias que nos fueron gratas, porque nos las devuelven más o menos intactas y podemos revivir por un momento felices sensaciones que guardábamos dentro. Somos una madeja de memoria que va tirando del hilo del tiempo a medida que recoge recuerdos y los almacena y clasifica en diferentes categorías; emociones, valores, miedos, alegrías, tristezas, objetivos, éxitos, fracasos y proezas. Por eso cuando el tiempo o la vejez nos quita acceso a lo que hicimos y no localizamos los recuerdos se desvanece quienes somos como una novela a la que se le van desgajando las hojas y pierde el sentido de su historia.

Teniendo eso en cuenta, sorprende comprobar día a día como tantos políticos y periodistas mediáticos se olvidan tan pronto de lo que hacen y van diciendo, es como si no quisieran ser nadie, ni como políticos ni como periodistas, se aprenden el discurso de memoria y de pronto lo olvidan, tal vez por eso puedan decir al día siguiente lo contrario sin ruborizarse, Su opinión no está enlazada con valores ni con lo que piensan, es un ladrido a la luna menguante, un capricho de su efímera intención: tener razón hoy, justo hoy, sólo ahora. No me extraña que no haya acuerdos, y que lleven tantos años discutiendo sobre la memoria histórica y no sepan gestionarla si ni siquiera tienen memoria episódica y de ayer no recuerdan ya nada.