Las mascarillas siempre son menos caras que las máscaras, ¿o no? Pero, ojo, que a la larga lo barato sale caro. Mi Pepito Grillo interno, desde que la mascarilla entró en la cotidianidad de nuestros días, no para de pulsar el botón de alarma de mi consciencia para que considere si no es más sensato ponerle un filtro a la máscara que todos llevamos puesta por obra y gracia de la perversa imperfección del sistema, que superponerle una mascarilla a la máscara para lo del virus.

Mi Pepito Grillo particular, respecto de mí mismo, siempre tiene razón, así que pensado y repensado el asunto en profundidad, eso de ser personajes enmascarados para agradar al prójimo y que el prójimo nos quiera y nos admire y nos sonría y, ahora, encima, para no ser violados con riesgo de embarazo por el animálculo asesino, lo de superponerle una mascarilla al personaje enmascarado que nos posee, se me antoja una exageración. Además, lo de enmascarados enmascarillados suena a deplorable aliteración inconclusa.

O sea, mejor retocar la máscara de nuestro personaje y añadirle un filtro específico para el bicho que nos tiene firmes y alerta, con el culo contra la pared, pero después de toda una vida creando y recreando al personaje que cada uno somos, añadirle un filtro no es cuestión de poco tiempo, así que pongámonos manos a la obra y, mientras tanto, por si la vacuna llega con retraso, que cada cual se arregle como pueda y arrostre sus circunstancias.

La verdad, para este que le escribe, amable leyente, lo de la mascarilla enmascarillante está siendo un suplicio tal, que a veces hasta acabo recreando realidades paralelas. De hecho, hoy, a los prójimos con los que me cruzo pululando por las calles más que enmascarillados los veo abozalados. Sin ir más lejos, esta misma mañana me he cruzado con un humano con su perro, él, el humano, abozalado, su amigo perro enmascarillado. El can mandaba, el humano obedecía. Hoy ha sido grave, porque cuando he corrido buscando algún adminículo reflejante para mirarme, mi estado de ánimo ha empeorado: yo también me he visto con un bozal en lugar de una mascarilla.

A más fashion del mundo mundial sean las mascarillas, más bozal parecen, especialmente las de sus rijosas señorías, que, indefectiblemente, cada vez que se la quitan para hablar terminan mordiendo a algún enemigo externo, que al enemigo interno, aparte de en sí mismo, lo tienen a su lado, en su partido, agazapado y al acecho. Hórrido el verbo y horrísono el discurso que se ha normalizado en las Cámaras Alta y Baja patrias. Vergüenza ajena me da esta realidad, especialmente, por tratarse de las instancias de que se trata.

Desprendernos del bozal, desabozalarnos, es un lujo que no todos debiéramos permitirnos, ni tan siquiera figuradamente. En este sentido, vuelvo a referirme a las sucesivas actuaciones de nuestra hiperactiva máxima autoridad turística, el vicepresidente y multiconsejero autonómico Marín, que para sentenciar el mantra aspiracional «Andalucía es un destino seguro» y elevarlo a la máxima categoría de mantra santo, desde Jerez para el Universo ha rimbombado estruendosamente y proclamado que «Andalucía es uno de los destinos más seguros del mundo». Y lo dijo, otra vez, sin pestañear. ¡Es mester ver, este hombre...!, que dirían algunos coterráneos de nuestra bendita Andalucía.

Interpreto que ya está bien, que ya es hora de que todos los implicados en la actividad turística, especialmente los responsables institucionales, asumamos la situación y prescindamos de aseveraciones imposibles, que dicen bien poco de esa manoseada «inteligencia turística» de la que tanto y tantos nos pavoneamos.

Aseverar que Andalucía es uno de los destinos más seguros del mundo y verificarlo cumpliendo con ello exigiría que, a su llegada, todos y cada uno de los turistas que eligieran Andalucía para vacacionar recibieran un certificado que garantizara que durante su estancia, fuere cual fuere su duración, ni se le confinaría, ni se le pseudoconfinaría, ni se le restarían libertades respecto de las existentes cuando reservó su viaje. Todo lo demás, todo lo que no sea eso, significaría el saltimbanquismo de un brindis al sol con los ojos cerrados y los dedos cruzados mientras se elevan preces a las altas instancias universales. O, lo que es peor que eso, una demostración esencial de torpeza en estado puro.

Sachar las ideas de cuando en vez ayuda mucho con las pifias.