Lorazepam, Diazepam, Oxazepam, Pinazepam o Bromazepam -no es una broma; que quede claro-. En un país en el que ostentamos -a saber- dos récords de dudoso prestigio: dinero negro fluyente en forma de billetes de 500 y consumo legal de opioides bajo receta médica, lo que debemos ir preparando ya son los ensayos clínicos de CovidZepam.

Mientras llega la ansiada vacuna -siempre nos quedará Oxford-, unas cuantas cajas de CovidZepam -no hay que abusar- no nos vendrían mal para ir manteniendo el tipo en lo que queda de verano. Ya veremos si reforzamos el tratamiento durante la cuesta de septiembre. De momento y yo que he sido el mejor alumno de Medicina de la facultad de mi madre -es un vademécum con piernas y ni mi hermana, con un máster de los de verdad, la supera-, prescribiría un comprimido cada 8 horas a ver si la extraordinaria pastilla nos ayuda a pasar el trago éste de la fase de responsabilidad individual en el que, sin duda, hemos encallado.

Un poco de CovidZepam nos ayudará con los nervios y la digestión de las cenas masivas de graduación y con un poco de suerte igual nos quita hasta las ganas de arrimar el cucu pechito con pechito y mascarilla con mascarilla sobre la pista de la disco -ahora se dice sala de fiestas-. El calor es muy malo y la falta de ventilación todo lo complica.

Tampoco les vendría mal un par de píldoras a esos de Ibiza, Zarautz, Mendillorri o Gandía -la lista va creciendo mientras escribo el artículo- a los que les mata el ansia viva por pegarse una buena paliza de reggaeton a la sombra del neón. «Que corra el aire», decía mi abuela. Pues va a ser que no. Igualmente, dos «pastillicas» para los que andan «fritos» por convertir en after la planta baja del adosado y llamar a los primos terceros de Murcia para que vengan a echar un rato ahora que la situación es propicia porque «menudo confinamiento nos hemos pegado». Como si estar en casa con las redes de banda ancha a todo trapo hubiera sido ir a la mina o andar segando. La vida debe seguir pero con moderación, que es lo tomáis todo a la tremenda. Y la Covid-19 va directa al pecho.

Veo, leo y escucho las noticias -cada vez menos, porque me deprimo-. Todas y cada una de ellas llevan un llamamiento a la responsabilidad individual. Apenas ha terminado de hablar el político, experto o cargo institucional de turno, cuando corre como la pólvora el plano secuencia del botellón insalubre, la terraza hasta las trancas o la cola de jubilados -que tiene mérito esto último teniendo en cuenta lo de los grupos de riesgo- para entrar en una de esas miniparcelas sombrilliles con vistas al mar€ De Benidorm. En fin, lo de Benidorm lo dejamos para otra.

«Apelamos a la responsabilidad individual», siguen diciendo y en mi cabeza la frase suena ya a mantra calvinista. Pero la sonoridad de la expresión responsabilidad individual que, no nos engañemos, siempre ha brillado por su ausencia salvo en La lista de Schindler, El jardinero fiel o Casablanca, se presenta con el mismo tono que las promesas que se lleva el viento.

Pienso en ella una y otra vez y, como la esperanza, me gustaría verla en todas partes: En la sonrisa de un niño, en el cartón de leche de la campaña del kilo, en el chaval que te sostiene la puerta mientras coges las maletas€

La realidad, sin embargo, es prosa. Mientras escribo esta columna lo que tengo delante es la colilla a medio apagar que me ha lanzado sin pudor la vecina del Segundo C mientras consuma su idilio de Whatsapp con el ligue de turno.

-Ehhhhh€ ¡Pero que haces! -le grito-. ¡Estamos locos! No ves que tengo ropa tendida€

Me mira con desdén. Ni siquiera se molesta en pedir perdón. Hace como que no me ve mientras mi sangre hierve y cierra la persiana. Aquí no ha pasado nada.

-¡Joder! Responsabilidad individual -pienso.

Y ahora; qué le damos a la vecina del Segundo C. ¿Será efectivo el CovidZepam o tendrán que internarnos otras ocho semanas con camisas de fuerza?

-Cuéntame otra; Sam; pero esta vez de solidaridad. En fin, la responsabilidad individual es un unicornio de Milka pastando en lo alto de un monte suizo; al lado de las pastillas Ricola. En andaluz: era verde y se la comió un burro.

Me voy a la cama; pero hoy no me queda otra que meterme medio Covidzepam entre pecho y espalda. Seguro que mañana me levanto nuevo.