Eso al menos parece. Ni que haya caído el PIB al 18,5%, que tengamos niveles de paro no conocidas, con millón y medio de personas en la indigencia, que los brotes del coranovirus nos cerquen con sus feroces mandíbulas, que haya más de millón de pequeñas y medianas empresas que se vayan al carajo, que el turismo se vaya al garete, con su grave repercusión social y empresarial, que se nos mueran nuestros mayores en residencias mal gestionadas no es suficiente para que partidos razonables, con dirigentes razonables, que se visten por los pies, se pongan de acuerdo para sentar las bases, aunque sean mínimas de entrada, para paliar en menor medida el drama actual tan tremendo y el que está por venir. Los dos partidos con mayor representación parlamentaria deben salir de sus rocosas trincheras, el PSOE olvidando propuestas retóricas y el PP acercándose a posiciones de centro como la mayoría de sus homólogos europeos. Pero, desgraciadamente, no parece fácil el camino del consenso.

Nada ni nadie hará cambiar a Pablo Casado en su estrategia de cercar y llevar al disparadero al gobierno social comunista que preside Pedro Sánchez, al que tal y como hace Vox, le niega la legitimidad democrática. Supongo, que es mucho suponer, que Casado y su reducido equipo más cercano, ha valorado el riesgo que eso le supone. Casado prefiere la confrontación al consenso, tal y como quedó manifiesto al rechazar de plano la mano abierta que le tendió Sánchez en el Congreso de los Diputados, apelando a un consenso como el conseguido en Europa.

Tiene Pedro Sánchez un camino por recorrer si de verdad quiere el consenso que pregona: ofrecer a Casado y al PP propuestas económicas, sociales y fiscales que no pueda rechazar. España recibirá 140.000 millones para la reconstrucción de todos los sectores afectados por el Covid-19. Sánchez tiene la posibilidad de poner sobre la mesa de la negociación propuesta a las que la derecha no pueda oponerse en algunas y en otras ofrecer un abanico tan amplio de negociación que, al final, se pueda llegar al consenso. Se sabe que dentro del Gobierno de coalición hay flexibilidad suficiente para buscar acuerdos. ¿Será posible? Veremos en septiembre cuando se conozcan el avance de la Ley presupuestaria. El Gobierno de Sánchez sabe que la crisis de la pandemia exige una gestión política muy compleja y que la viabilidad política y la credibilidad serán la clave para que España saga a flote, aunque me temo que, a la vista de lo que está sucediendo, la oposición no parece entender la gravedad de la situación, más preocupante si tenemos en cuenta la posición de rechazo frontal que algunas autonomías, entre ellas Andalucía, al reparto de las ayudas, como se ha puesto de manifiesto en la reunión de presidentes autonómicos con el presidente Sánchez en el día de ayer.

Dicho lo cual y con poca esperanza de llegar al consenso, me reafirmo en lo dicho en otro de mis artículos: la gestión del Covid-19 por los gobiernos autonómicos es como el patio de Monopodio donde cada cual se las busca como puede. Estoy convencido de que más de un presidente ha pensado qué hecho yo para merecer esta cruz, cuando antes, con la responsabilidad en manos del Gobierno siempre teníamos a quien responsabilizar de la gestión. Ahora, cuando los rebrotes y lo que está por venir recae en la gestión autonómica, con desmadre, falta de criterios y de coordinación hay quien, con la boca pequeñita, reclama al ministro Salvador Illa y a Fernando Simón para enderezar y gestionar lo que ellos no saben, ni están preparados, dando palos de ciego, con un paso adelante y otro atrás, con la población sumida en el desconcierto, con adopción de medidas cara a la galería y fuera de toda lógica o promoviendo iniciativas que, en algunos casos, llevan al sonrojo como, por ejemplo, el bluf de la cartilla sanitaria del coronavirus inventada en noche calenturienta por quien ya es la peor presidenta que ha tenido la Comunidad de Madrid, la tal Ayuso, santo y seña, bandera neoliberal del PP y, por supuesto de Pablo Casado. Y liberación del suelo en Madrid. Vuelven los especuladores y los comisionistas.

Lamentablemente hay sectores sociales y económicos a los que la pandemia ha tocado en su línea de flotación, el turismo y la hostelería en general, con grave incidencia en Andalucía. Las buenas intenciones y mejores deseos del vicepresidente Juan Marín, de la patronal del sector y de los sindicatos pasan porque el turismo nacional responda, al menos en parte. Habrá que estrujarse las meninges para hacer ofertas atractivas. La patronal AEHCOS, como dijo su presidente Luis Callejón, ha dado ya unos primeros pasos pero mientras haya bares, tascas, chiringuitos y restaurantes que te la claven (un gintonic, en terraza, 10 euros) mal vamos.

P.D.- (1) Se necesitan rastreadores en Andalucía. Sugiero sea contratado, como jefe y en primera fila al mayor y más refinado rastreador del reino andalusí, un tal Elías Bendodo, de olfato gaucho o de indio cheroke, que lleva meses rastreando al PSOE andaluz y a su secretaria regional Susana Díaz. Este empedernido rastreador se trasunta (mírenle a los ojos y a sus labios de trazo fino, apretada mandíbula) cuando caza pieza. Todo un poema.

(2 ) Bonilla se ha hecho la foto que quería con la patronal y los sindicatos. Lo que importa es pasar de la foto a los hechos. Veremos.