Lo que mal empieza, mal acaba. Los dichos populares se equivocan poco. Pero en el caso de Cassá, parece que el asunto pinta feo. Y pistas de que así sería lleva habiendo desde que puso un pie en Málaga o mejor dicho, desde que apareció en el plano político.

Nadie se lo creía -suponemos que ni él mismo- cuando hace cinco años brotaba como concejal de una de las grandes capitales españolas alguien que ni siquiera conocía bien Málaga. Paradojas de la vida, pero tan cierto como increíble. La política municipal deja de ser sensible únicamente a las personas de la propia ciudad en cuestión y abre el abanico a personas de fuera que ni conocen el espacio que pretenden gobernar. El colmo de los colmos pues, al no tratarse de personal profesional sino político, se le debían presumir unos conocimientos mínimos para el gobierno. Pero no es así. Y resulta bastante extraño sin ser cosa de deneís ni orígenes ni mucho menos. Si no de tener bien controlada la ciudad que supuestamente vas a cuidar y defender. Puedes haber nacido en Toledo pero manejar Málaga como la palma de tu mano. De lo contrario, todo será un camelo político. Y así parece estar siendo.

La cuestión es el que el perfil de este señor -del que surgían dudas desde el principio- se ha ido tambaleando conforme avanzaba su devenir social y político. Famosas fueron sus intervenciones en sectores supuestamente golosos para sacar rédito político con nefasto resultado -iría mal aconsejado- hasta el punto de convertirse en foco de la animadversión de muchos por ver reflejado en él lo que muchas detestan de la clase política «profesionalizada» que precisa de una campañita para intentar sostenerse en el cable sin perder el equilibrio y a costa del sistema.

Pero nadie imaginaba que se le iba a aparecer la Virgen de esa manera tan descarada hasta el punto de que, aquellos mismos que se echaban unas risas a su costa, se lo iban a tener que comer con patatas tiempo después.

El proyecto idílico de Ciudadanos en Málaga con nombres interesantes como el de Gómez Raggio se diluían igual que el sobre de colacao en la leche hirviendo como la lava volcánica que te sirven en el Café Madrid. Pena para muchos. Y alegría para otros. Los que sin saber bien ni cómo pasaban de la nada a ser llave para que Don Francisco mantuviera el gobierno. Una escena penosa y triste para muchos pues, nuestro alcalde tenía que pasar por ciertas tesituras poco decorosas para su estilo a estas alturas de la película.

No hay necesidad -o se ve que sí- de lidiar en ciertas plazas portátiles cuando por su bagaje ya solamente le viene bien Sevilla, Madrid y Bilbao. Pero se ve que quería más. O querían que quisiera más. Pero eso resultaba ser maravilloso para el asturiano que proseguía su camino sin comerlo ni beberlo.

Pero las cosas se pueden seguir torciendo más. Por aquí y por allí. Y encontrarse en una fea tesitura como la actual. Donde te reconocen como tránsfuga y piden que te marches. Ahí. A secas. Puerta, Camino y Mondeño. Pero el protagonista no quiere. Seguramente por su interés por seguir trabajando por y para Málaga y su provincia. Aunque bien es cierto que, visto el asunto desde fuera, aparece su figura como la de alguien movido por intereses más personales que altruistas y que se beneficia -legalmente por supuesto- del sistema que lo convierte en llave que abre puertas -o mejor dicho, cierra-.

Lo único claro es que el descontento es general. Por ningún lado salen defensores, salvo en sus dos o tres cercanos que también pagan la luz gracias a la situación. Pero más allá de ellos, el esperpento está servido y es de justicia y salud política que el sistema acabara echando este tipo de perfiles pues son poco ejemplares y entran en conflicto directo con la nueva y vieja política y la manera lógica de hacer las cosas.

No se entendería que este señor sirviera igualmente para quitar gobiernos pues estaríamos ante el mismo esperpento. Pero también lo es verlo sostener banderas que jamás le han pertenecido y que, a tal efecto, solamente son comprensible si responden a sus intereses particulares y no los generales ni mucho menos los de Málaga.

En el siglo dieciséis el ejército del imperio español se daba palos con franceses e italianos en la conocida como Batalla de Bicocca. Aquello fue coser y cantar y el botín contundente como un buen sueldo de político municipal malagueño. Y de ahí la expresión coloquial de «ser una bicoca». Que básicamente es lo que el personal cree del empleo de Cassá en las administraciones locales. Un tuneado al «Less is more» de Mies para acabar en un «Menos por más».

Y la cosa se ha aguado del todo. El incidente desagradable de su auto caravana ha resultado de las cosas más extrañas de los últimos tiempos en la ciudad. Están los que lo venden como una acción de cloacas políticas y mafiosas. Otros que entienden que es un acto vandálico más, como le puede pasar a cualquiera. Y los más que son los que consideran que habrá que esperar al veredicto de los policías y ya después hablar del tema.

La violencia y los actos vandálicos son inútiles y recriminables. Y por supuesto injustificados y nunca equiparables con nada. Lo que no quita que la jugada le haya salido relativamente bien en el plano popular -nunca mejor dicho- y social al edil de Asturias pues, el mismo día que era declarado oficialmente como tránsfuga en el pleno del Ayuntamiento de Málaga, le sucedía en desafortunado ataque a su caravana.

Igual que hay ilusionistas sin pruebas de que se trata de un ataque intencionado a su persona, también nacen ya aquellos que piensan que se trata de una artimaña para hacer borrón y cuenta nueva a costa de la flagoneta.

Veremos en qué queda la cara, desagradable e injusta anécdota del fuego. Pero por el camino lo que se sigue quemando es Málaga, su gobierno y la participación de perfiles que bien debieran entregar sus actas y marchar. Y difícilmente lo haga Cassá. Aunque cambiaría la película. Y se le reconocería el gesto socialmente hasta el punto de poder tener ofertas interesantes fuera de la política.

De lo contrario el reloj seguirá contando. Hasta que llegue el día en que Don Francisco diga que hasta aquí hemos llegado. O si no lo dirán las elecciones. Y ahí habrá ya pocos trucos que hacer. Aunque Málaga puede con eso y mucho más. Y no tuvo suficiente con Al-Thani. Y ahora le toca con Cassá. A ver quien gana en tomarle el pelo a toda una ciudad.

De la Torre no se merece acabar sus días políticos con esas compañías. Y sin tránsfugas todos mantendrían el sistema hasta convocar elecciones. Y marcharía por la puerta grande y con el respeto de todos. El primero, el de Daniel Pérez. Toca hacer limpieza. Y la responsabilidad es de todos.

Viva Málaga.