El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es un tipo rencoroso. Sólo le gustan los autócratas aduladores y abomina, sin embargo, de quienes osan llevarle la contraria.

Basta repasar la hemeroteca de los más de tres años que lleva «el Donald» en el poder para dar cuenta de todos los colaboradores que en un momento u otro han sido víctimas de su afán de venganza.

Desde que, por culpa de su más que desastrosa gestión de la pandemia, su popularidad no deja de caer en los sondeos y en todos los Estados de la Unión, Trump no para de culpar a otros de todo aquello de lo que es único responsable.

Incapaz de reconocer haberse equivocado, el presidente está continuamente en busca de chivos expiatorios: ya sea la China comunista, por el virus, ya los socios y aliados, a quienes acusa de haber abusado suficientemente de su país bajo anteriores administrciones..

Y entre estos últimos es Alemania, de donde por cierto proceden parte de sus antepasados - concretamente del Palatinado-, a la que Trump tiene ahora entre ceja y ceja, sobre todo porque no aguanta a su canciller, que, además de inteligente, es mujer.

Trump no parece dispuesto a perdonar que Angela Merkel le diera calabazas cuando la invitó a una cumbre del G-7 que iba a servirle para que actuara de simple comparsa en una nueva campaña de autopropaganda con vistas a las próximas presidenciales.

Lleva tiempo quejándose el Presidente de que los aliados, sobre todo Alemania, el más ricos, no gasten en defensa - o lo que para él es lo mismo: en armamento estadounidense- lo que deberían: es decir un 2 por ciento de sus PIB.

«Llevan años aprovechándose de nosotros (€). Vamos a reducir allí nuestras fuerzas porque no están pagando sus cuentas. Son morosos. Es muy sencillo». Así justificó Trump su decisión.

El enojo de Trump con Alemania tiene además otros motivos: entre ellos el hecho de que ese país no haya renunciado a terminar el gasoducto Nord Stream 2, que llevará por el Báltico el gas ruso a Europa occidental cuando EEUU quería venderles a los europeos su propio gas de esquisto. .

Trump ha dado órdenes al jefe del Pentágono, Mark Esper, para que retire hasta un total de 12.000 militares que prestan ahora servicio en territorio germano: aproximadamente un tercio del total que EEUU tiene allí desplegados.

Esper trató de justificar lo que es sólo fruto de un deseo de venganza por motivos estratégicos: un escuadrón de cazas F-16 irá a Italia para «tranquilizar a los aliados del flanco del sureste de la OTAN»; otras tropas irán a Polonia y a los países bálticos.

E incluso la sede de las Fuerzas de EEUU en Europa, conocida como Eurocom, se trasladará desde Stuttgart, donde está actualmente, a la localidad belga de Mons, lo que contribuirá, según Washington, a una «mayor claridad operativa».

Al pretender que los aliados paguen más por el escudo protector que les brinda EEUU y del que supuestamente sólo ellos se benefician, Trump se niega a reconocer lo que, sin embargo, admiten sus propios militares: que la continuada presencia de la superpotencia en el corazón de Europa no es en absoluto altruista.

Sirve también a los intereses estratégicos de la superpotencia en las regiones próximas al Viejo Continente como son el norte de África y Oriente Medio, además de buscar el cerco a Rusia.

El anuncio del Pentágono ha provocado fuertes críticas entre los legisladores demócratas para quienes con el traslado no se incurrirá solamente en gastos multimillonarios inútiles, sino que se debilita a la alianza al sembrar dudas sobre el compromiso norteamericano con la defensa de Europa.

De los 228.000 soldados norteamericanos que había estacionados en suelo germano en 1990, tras la caída del muro de Berlín, quedan actualmente 46.831, entre ellos 11.000 civiles. Solo hay una presencia militar mayor de EEUU en otro país: en Japón llegan a 55.100. Y eso, tres cuartos de siglo después de que acabase la última guerra mundial. .