l corona nos ha sumergido en una crisis imprevisible. Luego está Boris Johnson, que a juicio de la hostelería costasoleña ha puesto «la puntilla» a la temporada. Tampoco entraba en lo previsto que la Liga SmartBank no se pudiese jugar en tiempo y forma, por un inoportuno rosario de positivos por corona. Luego está Javier Tebas, dígase LaLiga, que a juicio del «Fuenla», del Deportivo o de millones de atónitos aficionados puso «la puntilla» a esto de poder resolver la temporada más larga de la historia.

Es fundamental que las competiciones no resulten previsibles. O al menos que no parezcan serlo, por mucho que la Juventus haya encadenado nueve ligas consecutivas o que el Bayern ande ya por las ocho en Alemania. Luego están los futbolistas, que de previsibles y académicos pueden aburrir incluso a la grada más animada. El futuro a corto y medio plazo en el fútbol español puede estará precisamente ahí, en la falta de espontaneidad.

Son muchos los entrenadores que nos advierten del porvenir de una ilusión, sin citar explícitamente a Sigmund Freud, acerca de su aparente fecha de caducidad. Porque han pasado justo diez años de «cuando fuimos los mejores», con aquel tanto de Iniesta que incrustó la única estrella mundial en la elástica de La Roja, y de aquella euforia coronada con una segunda Eurocopa consecutiva se ha vuelto a la misma sequía de antaño. Empieza a colgar las botas gran parte de esa irrepetible generación, comandada primero por Luis Aragonés y a continuación por Vicente del Bosque, y queda muy lejana una ilusión generalizada por disfrutar de lo imprevisible.

Por mucho que el tiki-taka pudiera agotar nuestra paciencia hasta superados los 110 minutos de partido sin apenas remates al arco rival, siempre había un David Villa o un Fernando Torres para poder culminar un puñado de combinaciones imposibles y la enésima asistencia inverosímil. Luego estaba Iker Casillas, capaz de hacer magia bajo los palos en los momentos fundamentales.

Hemos pasado página a una década inolvidable, no sólo en el fútbol español. El Málaga CF también aportó lo suyo. La Academia ha generado muchos magos con el esférico en los pies, de esos canterano que han lucido con orgullo el escudo blanquiazul allá por donde han pisado. Juanpi representa para muchos de nosotros el último bastión de varias generaciones de mediocentros imprevisibles. Algunos de ellos todavía imberbes se asomaban a los entrenamientos del primer equipo y tomaba buena nota de los Joaquín o Santi Cazorla (ambos cabalgan ya por su tercera juventud). Luego comenzó el desmantelamiento, volvió lo previsible y aún andamos con el porvenir hipotecado.