En este incipiente tiempo agosteño, delineado con matices ensombrecidos -pese a que el luminoso sofoco lo inunda todo y a todos -, las aciagas informaciones periódicas no nos dejan sosegarnos ni un instante en unas jornadas estivales inusitadas, donde la incertidumbre persistente habita en cada uno de los rincones de nuestra realidad. Ahora, más que nunca, pienso en el tan renombrado proverbio chino el cual nos advierte: «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo».

Las investigaciones del matemático y meteorólogo Edward Lorenz me conducen a considerar unas de las teorías físicas más divulgadas en las últimas décadas: el efecto mariposa. Según esta noción, relacionada con la teoría del caos, el revoloteo de un insecto en Hong Kong puede originar una tempestad en Nueva York. Ello da explicación al modo en la que una sucesión de hechos concatenados provocan un resultado final inesperado. Así, en la naturaleza y en la vida del individuo existen probabilidades; no obstante, éstas están sustentadas por muchas causas que acaban determinando las consecuencias de una manera contraria. Tanto la teoría del caos como el efecto mariposa se sostienen en lo aleatorio de los acontecimientos y en su capacidad de ser impredecibles.

Circunstancias éstas que siguen quedando manifiestas en los últimos sucesos acaecidos: un traspié fortuito en una cacería conduce al Rey emérito a su salida de España -con la sombra del ostracismo-; acciones intolerables de propietarios, como el de un chiringuito en Torremolinos -con la actuación deplorable contra la salud pública de su ilegal DJ -, nos llevan a sumar 14 brotes activos en la provincia y un total de 132 casos positivos de coronavirus, el doble de hace una semana€ Seguimos sin ser sensatos, el más pequeño acto puede tener graves consecuencias imprevisibles. El efecto mariposa nos asedia.