Suele decirse, para justificar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (estos días hace 75 años), que pusieron fin a una guerra cuya fase final habría causado 10 veces más víctimas. Siempre me ha parecido un argumento espantoso, y no solo porque suponga la consagración definitiva de la moral del mal menor, y encima con el mal mayor como simple hipótesis, sino porque deja a un lado que las bombas fueron la última y apoteósica (en sentido literal: el fuego de los dioses) manifestación del asesinato masivo desde el aire de la población civil como estrategia bélica, un siniestro invento que fue probado por los nazis, con la anuencia de Franco, en la Guerra Civil española, luego practicaron ellos mismos contra Londres y acabaron padeciendo en sus carnes con los terribles raids angloamericanos entre 1943 y 1945. Desde entonces la idea de humanidad dejó de ser creíble.