Se dice que en la época del Rey Carlos III -él no marchó a la vejez fuera de España-, el monarca -y mejor alcalde de Madrid-, fue el responsable del gran cambio que transformó la esencia de la capital. Dejó de ser un lúgubre núcleo castellano para pasar a ser un espacio mucho más potente en todos los sentidos.

Y de ahí se sostiene la teoría del nacimiento de la reconocida frase «De Madrid al cielo».

Haciendo un símil, trasladándonos a Málaga y jugando además con la extraña situación que nos ha tocado vivir, resulta de justicia poner en valor a todos aquellos que hacen de esta ciudad un lugar mejor, únicamente con la puesta en común de sus proyectos entusiastas que enriquecen el bien general de nuestra ciudad.

Con la pandemia maldita, hemos visto tambalear los cimientos que sostienen Málaga y, en parte, puede sacarse de ello algo positivo y es que cabe poner en cuestión si todavía estamos a tiempo de salvar los muebles en la subasta turística en la que se le pone precio y coto a nuestra ciudad. El centro, corazón de todos los malagueños, se ha sometido durante años a una sobre explotación sin el más mínimo miramiento. Todo vale. Bares chungos al estilo Magaluf para guiris piripis, locales de fideos en plato de cartón en una de las plazas más céntricas de la ciudad o negocios que dan la espalda a la ciudad y únicamente piensan en su caja sin importarle lo más mínimo quién hay tras la barra.

Así, una parte del centro genera ahora un rechazo comprensible pues, el de aquí, únicamente entiende el lenguaje de siempre y que, salvo algunos negocios de solera, desapareció de muchos rincones en los que únicamente se busca ya el paso ligero de guiris robotizados. Y eso, jóvenes, sí que es una pandemia letal para nuestra tierra.

Pero hay luz al final del túnel. Un corredor que nacía en la Cosmopolita y se ha enredado por los cuatro retazos que quedan de la judería que fue y en la que se esconde un proyecto honesto, bueno para nuestra tierra y orgullo de muchos: Kaleja.

Nuestra ciudad siempre tuvo una buena hostelería. Era la de «Málaga, ciudad bravía, que entre antiguas y modernas, tiene doscientas tabernas y una sola librería». Con una evolución decorosa y buena, ha ido alimentando a mucha gente con un perfil alto en el que siempre ha destacado el buen servicio. Pero faltaba algo: la alta cocina. En los alrededores, donde veranean los ricos, sí se daban espacios a los que acudir para que te sirvieran muchas cositas en platos bonitos. Pero Málaga nunca tuvo -hasta ahora- una casa tan fina, selecta y honrada como la de Carnero y su gente.

Dani es un señor sencillo. Que destila Andalucía por los poros de su piel y del que siempre esperarás lo mejor por partida doble. En el trato y en el trabajo que realiza. La cocina de Kaleja es muy sincera. No hay pompa, boato ni rocalla de esa que te despista. Y eso, en el mundo en el que vivimos, es de agradecer.

Seguramente, para los que entienden mucho del asunto, saldrán mil y una formas y expresiones para definir lo que yo percibo básicamente como la cocina de verdad. El olor y el sabor a esencias elementales que actualmente se dan por perdidas. Un señor que es feliz con una olla y una lumbre de verdad solamente puede hacer cosas buenas. Y eso sale en Kaleja. Platos que son bocados a Andalucía y sorbos a Jerez y su marco. Kaleja es una barra en la que sentarse a que te despachen lo del día sin tonterías y echándole muchas ganas para que en un bocado saborees las horas que han supuesto eso que te comes.

Málaga necesitaba a Kaleja lo mismo que Dani Carnero necesitaba tener un lugar así en su tierra. Un espacio donde es feliz y disfruta junto a la gente a la que recibe a diario. Y ahí hay otro punto a destacar: su equipo.

La gente torpe tiende a rodearse de personas que considera inferiores para así sentirse seguro y mandar. Aquí cambia mucho la película. Su equipo es extraordinario. Sabe mucho. Y siente Kaleja como algo propio pues el trato es tan bueno que dan ganas de que la última copa de vino la compartas con ellos.

La buena cocina es real sin controlas lo que sirves y trabajas con lo mejor y gente buena a tu alrededor. Por eso Kaleja triunfará de tal manera que otorgará a Málaga las estrellas del cielo gastronómico que merece. Y lo digo yo. A toro pasado y disfrutando de las cosas como mejor se entienden: haciéndolo de verdad y en privado.

Siempre he admirado a los críticos y al gremio de opinadores de bares, tabernas y demás rincones, pues encuentro imposible destacar algo de manera real si vas de mano en mano, rifándose tu visita para ponerte hasta las cejas de cucharones de Beluga y aplausos del respetable.

Vayan a Kaleja si pueden pues, en parte, estarán contribuyendo a que nuestra ciudad se mantenga con negocios de verdad. Con gente sencilla que cree en lo que hace y se embarca en proyectos casi imposibles pero que buscan hacerles felices, contentar a la gente que acude y sobrevivir en partes iguales. El negocio ya lo tiene hecho. Quizá de antes. Y aquí de lo que se trata es de disfrutar del sabor a verdad en un paseíllo de platos que son quejíos de esta tierra trabajadora que aprieta los dientes a diario y tiene el coraje suficiente como para hacer patria con pimientos, calamares o codornices lejanas según se tercie el mercado.

Qué alegría contar con esta gente tan buena en una ciudad tan necesitada de vosotros.

De Kaleja al cielo. Y yo con ellos. -Si me regalan unas pinzas doradas de la casa-.

Viva Málaga.