En el último suplemento dominical de El País se incluye un amplio reportaje sobre Iván Redondo, un experto en comunicación política que goza de la máxima confianza de Pedro Sánchez desde su puesto de director del gabinete del presidente en el palacio de La Moncloa. El autor del texto, Jesús Rodríguez, nos lo presenta como un hombre todavía joven (no ha cumplido los cuarenta años), sin filiación ideológica conocida ( antes trabajó como asesor del PP) y que supo congeniar con el actual jefe del Gobierno en quien adivinó condiciones para hacer una brillante carrera política.

La alianza se vio recompensada con el éxito y desde su nombramiento como mano derecha de Sánchez, y en menos de dos años, Redondo ha amasado más poder del que nunca tuvo otro director de gabinete. Su despacho es el más cercano al de Sánchez, y dirige el cotarro desde la misma mesa que ocupó en tiempos Alfonso Guerra cuando el socialista sevillano era el poderoso vicepresidente del primer Gobierno de Felipe González (al parecer, en la actual Moncloa la influencia se mide en función de la cercanía del despacho que ocupas con el del presidente).

En España, la figura del valido tiene una larga tradición y ha pasado a la historia como ejemplo de acumulación de poder el conde duque de Olivares que despachaba los principales asuntos de Estado mientras el rey Felipe IV se dedicaba a la buena vida. No son equivalentes, desde luego, las funciones del valido con las de un jefe de gabinete del presidente de un gobierno en un régimen democrático, pero no por ello deja de tener influencia. Y seguramente más influencia en cuanto esta se ejerza discretamente y desde la confortable penumbra de un segundo plano.

El que esto firma no tiene elementos de juicio para saben con certeza si el poder de Iván Redondo es tan grande como el que le atribuyen. Él desde luego lo niega. «Soy un humilde asesor -dice-. No aspiro a tomar ninguna decisión, sino a hacer recomendaciones. Aspiro a la excelencia profesional y no a conseguir un ministerio». Desconozco en qué medida la excelencia profesional de un asesor de políticos puede medirse al margen de la ideología, pero hoy por hoy no es objeto de este comentario. Lo que me llamó la atención del reportaje fue la repetida cita de del edificio llamado «Semillas» dentro del complejo de La Moncloa donde Redondo tiene su oficina. Los lectores más jóvenes quizás no sepan que ese edificio se llama así porque en tiempos se dedicó a al cultivo e investigación de las semillas más apropiadas para plantar en un país de clima extremo como el nuestro. Trabajaron allí ingenieros agrónomos del Estado, entre los que se encontraba un primo mío, Felipe Mittelbrunn, La cosa marchaba bastante bien hasta que Adolfo Suárez, en 1977, convirtió La Moncloa en la sede de la presidencia del Gobierno y empezó a ocupar espacios. Luego, llegaron los socialistas y Alfonso Guerra montó allí su despacho y otros servicios y las semillas que tanto había costado cultivar desaparecieron. Solo se conservó el nombre, «Semillas selectas». Ahora, desde allí, solo se siembra propaganda, encuestas y estados de opinión.