"Las lágrimas de San Lorenzo» es el apelativo proverbial -como bien saben- con el que se conoce a las Perseidas, por su contigüidad con la celebración del martirio de San Lorenzo (10 de agosto). Ésta no es la única lluvia de meteoros del anuario pero sí las más conocida por ser una precipitación más dinámica y porque las datas estivales amparan su contemplación.

El cometa Swift-Tuttle es el generador de este fenómeno astronómico. Este aluvión celeste se esparce puntualmente cada año debido al movimiento de traslación alrededor del astro que mantiene unido nuestro sistema; la Tierra, en cada vuelta, encuentra de nuevo la acumulación de partículas residuales de su cola y la expectación renace de nuevo hoy con la caída de las estrellas fugaces; de ese chaparrón dorado que fecundó a Perseo. En esta época entreverada por un cúmulo sumatorio de matices dantescos en contenidos socioeconómicos, sanitarios y emocionales, Málaga subsiste entre una dicotomía existencial ostensible: el llanto o lo buenos deseos. Por un lado, el lamento ante un horizonte inquietante el cual nos sumerge en un estado de desazón permanente derivado por una realidad cada día más alicaída. Evoco a Larra en su novela El doncel de don Enrique el Doliente, cuando el trovador Macías ante su desgracia derrama «una lágrima, pero una lágrima sola se abrió paso con dificultad a lo largo de su mejilla...».

Por el otro, la búsqueda ancestral del encuentro con las estrellas fugaces, tradicionalmente asociadas a la 'buena suerte', como gran parte de los acontecimientos poco frecuentes. También a estas estelas se les otorga cierta sobrenaturalidad, de tal forma que pedirles un deseo sería algo parecido a implorar a un ser divino. Aunque sean efímeros, hallemos momentos de sosiego para poder seguir afrontando esta tempestad. Busquen su estrella.