Una de las primeras lecciones que recibió Marco Aurelio, antes de su proclamación como emperador, por parte de su tutor fue no ser de la facción de los Verdes ni de los Azules en las carreras en el circo, uno de los pasatiempos favoritos de los romanos. Para entender este extraño consejo debemos recordar que las carreras de caballos eran un espectáculo muy popular en la antigua Roma, y muchos aficionados se comportaban como auténticos hooligans capaces de enloquecer por alguna de las cuatro facciones que siempre competían con sus respectivos colores: Rojo, Verde, Blanco y Azul. Un futuro emperador, por lo tanto, debía ser prudente y no declararse partidario de los Verdes para no enfadar a los Azules, y no mostrar simpatía por los Azules para no molestar a los Verdes. Sin embargo, aunque el consejo del tutor de Marco Aurelio puede ser útil para emperadores, reyes y presidentes, no tiene sentido para un ciudadano que disfruta con el fútbol tanto como un romano lo hacía con las carreras de caballos. Por eso los futboleros veremos la final a ocho de la Liga de Campeones en Portugal animando a Verdes, Azules, Rojos o Verdes aunque los estadios estén vacíos, los reyes huidos y los presidentes de vacaciones. La filósofa Martha C. Nussbaum dice en su precioso ensayo "La tradición cosmopolita" que todos somos de algún equipo, y que nuestra vida emocional es radicalmente partidista. Y así es. Los madridistas son bancos y, por lo tanto, antiazulgranas y antirojiblancos, de modo que cualquier seguidor del Real Madrid animará al Bayern de Munich, al Leipzig, al Manchester City, al Atalanta, al Olympique de Lyon o al París Saint-Germain antes que al Barça o el Atlético de Madrid. Lógico. Ser partidario de los Verdes implica también desear deportivamente lo peor para los Azules, aunque eso pase por animar a los Rojos o a los Verdes. La estatua de Cibeles se teñirá durante los próximos días con los colores de la bandera alemana en honor al Bayern y el Leipzig, del mismo modo que el azul celeste del Manchester City fue la semana pasada el color favorito de culés y colchoneros. Esto es así. Si a los no futboleros no les entra en la cabeza, que entiendan primero cómo funcionaba el circo en la antigua Roma. Otra cosa es que los futboleros entendamos también que los colores deportivos no son producto de nuestra naturaleza. El azar de donde nace un ser humano es, como decían los estoicos, solo eso, un accidente. Cualquier ser humano podría haber nacido en cualquier nación, así que no deberíamos tolerar que las diferencias de nacionalidad, clase, origen étnico o equipo de fútbol levanten barreras entre nosotros y nuestros congéneres humanos. Claro que los madridistas querrán que el Barça pierda con el Bayern. Por supuesto que los culés no quieren ver ni en pintura al Atlético de Madrid. Pero eso no significa que las barreras entre merengues, culés y colchoneros tengan que ir más allá de la mascarilla y de las puyas deportivas a la hora del vermú. Marco Aurelio, filósofo estoico además de emperador, siempre insistía en la importancia de saber que el vino de Falerno es zumo de uva, y la toga pretexta no es más que lana de oveja teñida con sangre de molusco. Este modo despegado de ver los hechos convierte la final a ocho de la Liga de Campeones en un mini-torneo en el que ocho equipos juegan once contra once en estadios vacíos ante unas cámaras de televisión que llevarán los partidos a los salones donde los futboleros animarán a los Verdes o a los Azules. Solo eso. Todo eso. El vino de Falerno, la toga pretexta y la Liga de Campeones son lo que son, ni más ni menos. Pero solo los futboleros entendemos el significado de una victoria de los Verdes y el valor de una derrota de los Azules.