Hace ya dos años de que desde esta columna se hiciera una humilde petición a la RAE. En aquella ocasión se sugirió actualizar la obsoleta definición de urbanismo, que hasta entonces pasaba por ser la «ciencia y técnica de construir y ordenar las ciudades adecuándolas a las necesidades del ser humano concebido, a la vez, como individuo y como ser social».

La propuesta, con ánimo de no modificar en exceso lo ya consensuado por los académicos, pretendía una variación mínima: tan sólo alterar una letra con el fin de actualizar la obsoleta descripción, dado que el urbanismo de nuestros días no parece aspirar ya a satisfacer las necesidades del ser humano, sino a extraer el jugo a las ciudades hasta haberles extraído su última gota. Conforme a esa nueva realidad, la definición habría quedado de esta forma, de haber sido atendida la petición: «urbanismo es la ciencia y técnica de ordeñar las ciudades». La anticuada acepción se fundamentaba en criterios como los del PGOU de Málaga de 1983, que detectó la acuciante necesidad de espacios libres de los barrios occidentales de nuestra urbe y, con indudable visión estratégica, propuso un gran parque en los suelos de Enpetrol (hoy Repsol). La nueva es acorde con la sustitución en 2008 de ese parque nonato por «un nuevo área de centralidad y referencia urbana en la ciudad, con edificaciones de singular altura que respondan a las nuevas potencialidades urbanísticas del lugar», con unas zonas verdes en los intersticios entre los edificios llamadas «parque» de forma eufemística.

Y, ¿no sería mejor destinar ese ámbito a un Bosque Urbano? ¿Es una utopía? No, pues los malagueños ya lo hicimos una vez: en 1897, cuando se trazó el Paseo del Parque en unos terrenos ganados al mar cuyo destino inicial era ser edificados.