En esta semana de una inusitada Málaga sin feria; de festejos ausentes por la visita extemporánea de un no invitado pérfido, los sabores de estas conmemoraciones se tornan amargos. Esta percepción acibarada, según los flavoristas o ingenieros del sabor, es una de las más interesantes ya que viene dada por diferentes estructuras, confiriéndoles éstas una sapidez muy diversa y expresamente diferenciada por nuestras papilas gustativas como respuesta a un instinto ancestral de supervivencia.

Si de preservación no se para de departir, aún más en estos tiempos tan aciagos, en sectores sanitarios, sociales y productivos; otros convidados no pétreos entran a formar parte de esta trama dantesca y lacerante. Éstos, iluminados por la sinrazón a través de las doctrinas que niegan un hecho sustancial que está generalmente admitido, en concreto si es histórico o científico, denominados negacionistas - «en terminología internacional, algunos les llaman terraplanistas de la Covid-19 y otros covidiotas»- están dispuestos a montar su propia barahúnda bajo el auspicio de una línea de pensamiento, sin base erudita, la cual rechaza la existencia del coronavirus en diferente grado: para algunos no existe en absoluto y para otros puede hallarse pero no con la gravedad que las autoridades sanitarias le asignan; en otros casos, reconocen la existencia del virus pero bajo la creencia de haber sido generado por móviles conspiratorios geopolíticos. Todo un género.

Los negacionistas se oponen a todas las medidas de confinamiento, aislamiento, distancia social, uso de mascarilla, negando el beneficio de los test PCR y el avance de las vacunas; esto es, incuban una alteración significativa de la racionalidad en un estado muy alarmante ante la sensatez. Otro aquelarre apocalíptico sin música ni farolillos.

No nos dejemos contagiar por el peor virus: los ignorantes de la evidencia.