Soy un abuelo que tiene que comprar y leer la prensa a diario y si no lo hago me siento mal, parece que me falta algo. El domingo, día 9, a las 14.15 horas, bajo un sol abrasador me tiré a la calle a comprar mi periódico. Como mi quiosco de prensa habitual estaba cerrado, acompañado de mi perrito, me fui a la gasolinera del Pinillo, que allí nunca falta. El perrito que yo tengo tiene ahora cinco años, es de padres desconocidos. Lo recogió un hijo mío en un parque animal de Almería. Lo tuvo tres días en su casa y al cuarto dijo, vamos a hacerle un regalito a los abuelos. Me comentó «tú te quedas con el perro, le das bebida, comida, alojamiento, veterinarios, vacunas, lo paseas, pero que no se te olvide nunca que ¡el perro es mío!». Los padres y los abuelos como cada día somos más sumisos, pues diríamos que nos las tragamos todas, porque de no ser así siempre llevamos las de perder. Iba yo con mi perrito Mini, que así se llama, que realmente el que me pasea es él a mí, no yo a él. Íbamos por la carretera de Benalmádena a la altura de la urbanización Cantarranas (Torremolinos) y como lo llevo con su cadenita, pero sin bozal porque no llega a los siete kilos. De pronto noto que cuando voy caminando por un lado de la acera, donde hay unos pinos centenarios que tienen más copa que tronco... El perrito hace un stop radical y yo por más que tiro de él, el animal no se mueve. Justo en ese momento, una gran parte de la copa de un pino cae atravesando toda la calzada, los dos carriles y las aceras. Significa esto que, si llegó a dar dos pasos más, desde el lunes estaría disfrutando del paraíso. Llamé por teléfono al 092, al 112 y al cabo de cinco minutos, allí había dos camiones de bomberos, cuatro coches de policías y alguna que otra ambulancia. Yo cuando vi los miles de kilos de tronco y ramas invadiéndolo todo, me quedé petrificado. Y la circulación cortada en ambos sentidos, Torremolinos - Arroyo de la Miel y viceversa. Si el perro no hubiese escuchado el crujido del árbol cejado y no me hubiera obligado detenerme, el tronco principal me hubiera partido por la mitad. Afortunadamente, a esa hora con 40° de calor el único majareta del mundo que iba con su perro a comprar el periódico era yo y no hubo que lamentar daños físicos, ni personales. Sin cuestionarlo ni un segundo, le debo la vida al préstamo de mi hijo, que es mi perrito Mini, que vino de una perrera días antes de que lo dejaran dormidito. Mi «homenaje» a todos esos canallas que abandonan a sus mascotas en los arcenes de las carreteras; que los arrojan de los coches en marcha; que los llevan a caminos escondidos de tierra para que no sepan volver a su casita; que los ahorcan cuando han perdido el olfato, la rapidez, la agudeza acústica o la vista para poder cazar una liebre o un conejo en el campo; cuando los perros son, le pese a quien le pese, los ángeles de la tierra y nuestros protectores como decía nuestro ilustre poeta y literato Don Antonio Gala. Gracias Mini por permitirme disfrutar de mis nietos un tiempecito más.

Bartolomé Florido.

Torremolinos