Cuando el sentido común y el instinto creativo comparecen, los códigos lingüísticos dan para casi todo. Sensu lato, todo lo pensable es expresable, aunque no durante todo el tiempo por todo el mundo, léanse, si no, por ejemplo, los deslices de la insondable filosofía lingüística rajoniana con lo de «un plato es un plato y una taza es una taza» o con lo de «el alcalde es el que quiere que sean los vecinos el alcalde», o la inefable aporía de doña Ana Botella con su sesudo «una manzana y una pera no pueden dar dos manzanas», o la gloriosa parapraxis freudiana del presidente Zapatero cuando refiriéndose a un acuerdo en materia turística con Rusia, expresó aquello de «hemos hecho un acuerdo para favorecer, para estimular, para follar...». Fruitivo y nutricio el acuerdo entre las partes, pardiez. ¿O no? ¡Viva Rusia, tú...!

En lo laboral, los códigos lingüísticos también existen, como Teruel, por eso tan prefijos son los afijos gramaticales ex, pos, a, des, ante..., como aquellos trabajadores en situación de eventualidad laboral que aspiran a convertirse en miembros de la plantilla sin fecha de caducidad. Puestos a baremar, entre los trabajadores eventuales y los trabajadores fijos, en situación de latencia todos son prefijos. Y si ajustamos el asunto finamente, en el camino nos cruzaremos con multitud de ejércitos de «prefijos discontinuos».

El ejercicio profesional de la política como rabiosa actividad laboral tampoco escapa a la prefijación. Es más, en política los prefijos son legión. ¿Qué político no ha soñado alguna vez con una subsecretaría, por ejemplo? Hombre, tomado en su literalidad deben ser muchos los que no lo han hecho, quizá porque una subsecretaría es poco. ¿Qué tal un ministerio, presidente?

La lista de meritorios, es decir, de prefijos, en política es más que interminable. Todos aquellos individuos que en el ejercicio de su labor se dejan la vida y la muerte sudando por el partido sin contravenir la norma, sin desobedecer, sin pensar en exceso, sin opinar demasiado..., en el fondo lo hacen para satisfacer su necesidad de ser fijados con antelación en la lista de un cargo que les permita tocar pelo y les otorgue visibilidad pública. Después, cuando llega el momento comparece el espíritu camastrón del ser humano, que en política hasta lo precede, y pasa lo que pasa, pero mientras tanto son prefijos en la lista.

A lo largo de su existencia, todo sapiens aspira a algo, excepto el actual presidente de los EE.UU., obviamente, que pareciere que solo aspira a sí mismo. Su angelical y moderada actitud lo delata: el presidente de los EE.UU. de América solo aspira a ser Trump, que es y será per in sæcula sæculorum lo más de lo más, y lo demuestra a diario.

También, con presteza y donosura, demuestra a diario que el idioma, la lengua, es el vehículo del pensamiento y de la sabiduría, y es quizá por eso y por su nunca bien ponderada eubolia y por su inenarrable e indubitado agibílibus y por su quintaesenciada sindéresis y por su siempre presente filis..., que al presidente de los EE.UU. se le quiere tanto y tan inmoderadamente allende su más incondicional y pretoriano círculo en la Casa Blanca. ¡¿En serio, Jorge...?!

En el ejercicio del verbo, nos pasamos la vida prefijando. El sapiens conjuga el verbo prefijar para intentar determinar su futuro apriorísticamente, a base de prefijar objetivos vitales. Así, el sapiens niño decide jugar y juega, con la particularidad de que entre el presente y el futuro de un sapiens niño media un minuto y cuarto, cuando se trata de un futuro a largo plazo.

Seis u ocho mil pataletas más tarde, el sapiens joven empieza a aprender que si no se le otorga tiempo, la esperanza pierde su razón de ser y se evanesce, y empieza a percibir mensajes internos que le durarán toda la vida, que le hablan de que sin esperanza el sapiens deja de ser libre y que sin esperanza el sapiens no puede soñar despierto. Y, a pesar de todo ello, algunos la pierden y/o la desprecian. Carne de diván, claro.

Por cierto, regresando al principio, la llegada del teléfono al mundo moderno le concedió identidad y precisión al ciclópeo trabajo de Mercator, definiendo cada rincón del mundo mediante un prefijo que lo hace reconocible incluso ante quienes no lo conocen.

Insisto, presidente Zapatero, ¡Viva Rusia..!