Sin buscarlo, y quizás para huir de cierto espectáculo innecesario, mis recuerdos han regresado a esa merienda con gin tonics que me ofició la inolvidable Ana María Matute. «La luz de esta ciudad es única, hasta duele físicamente, por fuera te hace daño y por dentro te ilumina», me dijo esta escritora inmortal mientras el cielo nos abrigaba desde la calle en el bar del Hotel Molina Lario.

De hecho, en esta isla urbana y mediterránea llamada Málaga, como ya nos advirtió en su poema 'Paseo Marítimo' Jorge Guillén, «la luz -entre el cielo y el mar- se filtra por la persiana». Y en esa «Oh ciudad no en la tierra» a la que le cantó Vicente Aleixandre para invocar las coordenadas del paraíso, también brillan por su presencia sus «palmas de luz»: «Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas, merecen el brillo de la brisa y suspenden por un instante labios celestiales que cruzan con destino a las islas remotísimas, mágicas, que allá en el azul índigo, libertadas, navegan». Así era -y es- Málaga. De hecho, puede que sea la luz, ya le dio muchas vueltas al enigma el añorado Alfonso Canales, lo que sostenga una realidad inexplicable. Lo que deslumbre a aquella gente que llega de fuera y sin saber por qué se queda aquí a vivir para siempre.

No solo la poesía da fe eterna del milagro de su luz cegadora. De ese proyector de magia cotidiana que envuelve la atmósfera desinhibida de Málaga. Cualquiera agradece todavía ese horizonte brillante que atraviesa las ventanas. Por eso extraña -y duele más todavía- que justo ahora, cuando hasta el verbo fumar tiene que ser conjugado en singular, los gerifaltes de la capital malagueña despisten al doloroso agosto recurriendo a los plurales luminosos que derrocha el ya tradicional y absurdo pique navideño con Vigo.

Qué poco sentido tiene -ahora que se predica lo contrario y siempre- hablar de las luces de Navidad de Málaga en lugar de proclamar ese torrente natural de su luz real, que no consume electricidad electoralista a la altura de la calle Larios. Si lo que se ha querido es atenuar el paño de lágrimas de la ausencia de feria, el tiro ha salido por la culata y ha firmado un triste autorretrato de los tiempos que nos han tocado vivir. Ha entonado esa canción triste que apuesta por los fuegos artificiales y la apariencia hasta cuando la crisis y la pandemia nos sitúan al borde del abismo como jamás antes lo habían hecho.