Recuerdo haber leído en alguna parte una anécdota acerca de la divergente valoración que de la situación bélica hacían los estados mayores de las Potencias centrales en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial: mientras en Berlín consideraban que la tesitura era «grave, pero no desesperada», sus colegas vieneses parecían juzgarla como «desesperada, pero no grave», a la vista del fatalismo con el que asumían el creciente desequilibrio del balance de fuerzas enfrentadas. Esta distinta disposición, manifestada en actitudes diferentes a la hora de identificar las flaquezas y poner todos los medios necesarios para revertir la inexorable catástrofe, podemos juzgarla hoy, cerveza en mano, con la autoconfianza que da la condición de estratega de sillón.

Quizá convenga desempolvar nuestros manuales de historia en estos días de crisis en que cada una de nuestras familias se adscribe a una de las dos escuelas: a la prusiana o a la austrohúngara. No, mejor no hablemos de gobiernos. ¿Y tu familia, lector, de qué escuela es? Quizá sea el instinto paterno o tal vez una deformación profesional que incita a una continua prevención de riesgos ?con especial énfasis en la identificación de aquéllos que pueden evitarse? pero yo me inclino por la opción berlinesa: asumir la situación como grave para que no llegue a desesperada.

El tiempo juzgará pero, a falta de bola mágica, mejor ser prudente. Prudencia no es lo mismo que miedo; el miedo paraliza, mientras que la prudencia permite actuar. Como echo de menos los abrazos, los besos y las risas compartidas a mandíbula batiente, me seguiré absteniendo de tenerlos por un tiempo más, hasta que sea posible retomarlos.

Ojalá.