Por mucho que enero insista en apuntarse el tanto, le pese a quien le pese, el comienzo del año se inicia en el mes de septiembre. Emocionalmente, el treinta y uno de agosto es considerado como una gran fecha de cierre. «El final del verano llegó, y tú partirás», cantaba El Dúo Dinámico hace ya una pila de años. El verano siempre ha traído consigo una doble vertiente de disfrute y hartazgo que no era fácil de perfilar. Desde el sentir general, iconográficamente, esta época ha estado relacionada a nivel popular con las vacaciones, el chiringuito, la arena, la playa y, para los que ya tenemos cierta proyección de memoria y un concreto marco territorial, las suecas de las películas de José Luis López Vázquez. Pero no se confíen. Los recuerdos no son más que una imagen estereotipada que nuestra mente filtra con el Photoshop del buen mirar. Porque claro, en la recámara del olvido queda la realidad, no siempre tan risueña. Para empezar, no todo el mundo dispone de vacaciones y, para continuar, el que las tiene igual tampoco puede permitirse el gasto de la escapada. Por otro lado, a mayor abundamiento, la mente, cuando piensa en playa, instantáneamente tiende a evocar el Caribe, cuando, en realidad, nuestra zona también estila numerosas ubicaciones marítimas de cantos rodados en los que cualquier parecido con nuestra realidad mental es pura coincidencia. Y está claro que la arena fina ayuda mucho a dejarse llevar, pero es que no siempre es así. Por mucho glamour que uno derrame, insisto, la localización también ayuda. Ya quisiera yo haber visto los sudores de Halle Berry en Otro día para morir de haber tenido que protagonizar ese grácil paseo emergiendo, «¡no puedor, no puedor!» de las aguas de la Malagueta. Porque el verano medio, en nuestra mente, difiere mucho de la realidad. Como cuando uno visualiza un cachetazo al estilo de las taitantasa sombras del tal Grey y lo que la vida le trae es un «Pepe, como me vuelvas a dar, te comes la mesita de noche». No le den más vueltas, no tiene sentido, la solución de la ecuación es que el verano, irremediablemente, como casi todo en la vida, cansa. Principalmente, por las ansias del quiero y no puedo. Hoy por hoy, se siguen ocupando apartamentos a precio de oro en novena línea de playa, donde hay que arramblar kilómetros abajo con la sombrilla, la colchoneta, los aperos de labranza arenera de los niños y el préstamo personal para tomarse dos cañas y poco más en la barra de un chiringuito donde el sol te quema a través de las rendijas del cañizo, la cerveza está caliente y la salmonelosis te sonríe, «¿qué hay de nuevo, viejo?» desde las vitrinas de un mostrador rodeado por nubes de moscas. Esa realidad también fue, es y será el verano. Y, si es que ustedes no lo han vivido nunca así, «vi saluto, don Corleone», que diría el Turco. «Estoy deseando que llegue el lunes para descansa», diría también el otro. Pero, ¿qué respiro puede darle septiembre al peor de los estíos si, probablemente, de haber acontecido Verano azul durante estos calendarios, Chanquete hubiera muerto de coronavirus y hubieran confinado La Dorada? No nos queda más que arremeter, en una suerte de suma y sigue, con lo que la mayor o menor virulencia de la pandemia, aún presente, quiera dibujar en los inminentes aledaños de la vuelta al cole, la incorporación al trabajo y el adiós al poco o mucho turismo estacional. Y en ese quite de hostilidades en el que enfrentamos utopía y realidad, se alzan también las esperanzas, pocas, muchas o ningunas, del nuevo periodo de sesiones de las Cámaras que dirigirá, dejemos a salvo alguna puntual y honrosa excepción, el montante político de más bajo nivel que ha protagonizado la historia de la Democracia Española. Y no en una época de vacas gordas, precisamente. Un curso escolar apuntalado, el holograma de una vacuna como evanescente imagen de la esperanza, rebrotes causados por la pérdida del miedo a la exposición, entrevistas en el Diez Minutos que evocan el anuncio de Ferrero Rocher y Miguel Bosé que, como don Diablo, «se ha escapado y tú no sabes la que ha armado». Y venga más. País, que diría Forges.