El pasado 24 de julio, el fundador y dueño de Tesla, Elon Musk, escribió un tuit en el que advertía de que un nuevo paquete gubernamental de medidas de estímulo no favorecería los intereses del pueblo estadounidense.

Cuando alguien le preguntó en la misma red social si pensaba en cambio que el golpe de Estado promovido por Washington contra el Gobierno boliviano para facilitar la obtención del litio de ese país sí favorecía esos intereses, Tusk replicó airado: «Daremos un golpe allí donde nos plazca».

En efecto, el Gobierno de Evo Morales fue derrocado el pasado noviembre poco después de que el primer presidente indígena del país andino ganara las elecciones para el que debía ser su cuarto mandato.

Las Fuerzas Armadas bolivianas, elementos de la policía y grupos de ultraderecha de la sociedad, sobre todo de la rica provincia de Santa Cruz, dieron un golpe con el beneplácito más o menos tácito del Gobierno estadounidense.

Para evitar un derramamiento de sangre, Morales se exilió primero en México y luego en Argentina. Y como nueva presidenta provisional del país se eligió a una legisladora de la oposición de la que el mundo no había oído hablar hasta ese momento.

Los golpistas justificaron su acción con un polémico informe de la Organización de Estados Americanos, con sede en Washington y muy influida desde siempre por el Gobierno anfitrión, que había puesto en tela de juicio la victoria electoral de Morales.

Sólo a toro pasado, es decir cuando las cosas no tenían ya remedio, los propios medios de comunicación de EEUU reconocieron que no existían pruebas fehacientes de que hubiera habido fraude electoral que justificara el golpe contra un Gobierno legítimo.

Mientras tanto, un grupo de senadores norteamericanos mostraron su preocupación por la nueva situación en el país andino y denunciaron los atropellos de los derechos humanos y civiles que se estaban allí cometiendo bajo el Gobierno de Jeanine Añez.

Como señalan el historiador Vijay Prahad y el músico y documentalista boliviano Alejandro Bejarano en un artículo publicado en la revista Globetrotter, del Independent Media Institute, y como denunció el propio Evo Morales, el litio parece estar en el centro del último golpe de Estado en Bolivia.

Bajo la presidencia de Evo Morales habían mejorado sensiblemente los índices de alfabetismo y había disminuido la pobreza en un país tradicionalmente muy desigual. Su Gobierno intentó desde el primer momento un reparto más justo entre la sociedad de la riqueza generada por los recursos del subsuelo.

Entre éstos figura el litio, elemento muy presente en los países andinos, que acumulan cerca del 85 por ciento de las reservas planetarias, y que se utiliza, entre otras cosas, en la fabricación de las baterías de los coches eléctricos como los de Tesla.

Elon Musk quería construir en efecto en el Brasil de Jair Bolsonaro una fábrica para sus coches eléctricos, que se surtiría del litio procedente del país vecino.

El propio Evo Morales, tras leer el tuit revelador de Musk defendiendo los golpes de Estado de su país de adopción, y que el empresario luego borró, dijo no dudar de que la codicia de litio había sido una de las causas del golpe contra su Gobierno.

Musk se justificaría después explicando que no necesitaba el litio boliviano porque podría conseguirlo fácilmente en Australia, un estrecho aliado de EEUU. Allí en efecto no hace falta dar un golpe, sino sólo pagar lo que pidan.