Las apelaciones a "reconocernos nuestras virtudes nosotros mismos" o a "sentirnos orgullosos" escapan de las competencias de un presidente del Gobierno de mayoría atribulada, para adentrarse en el discurso redentorista de un predicador de largas túnicas. Pedro Sánchez acaba de debutar como gurú ante una selecta audiencia. Ha elegido la vía de escabullirse de la realidad dramática fijando objetivos mágicos. Habla de "los meses de la covid" como si se hubieran esfumado, en el epicentro del país que lidera ahora mismo la pandemia a escala mundial.

Recuperación, transformación y resiliencia son las etapas planteadas por el gurú que se ha apeado de la ideología. Está hablando de sí mismo, porque son las tres fases que debió afrontar tras su defenestración no solo simbólica desde la planta noble de Ferraz. El debate del Estado de la Nación sin réplicas montado por Sánchez resultó muy new age incluso al precipitarse en la trampa digital, que empleará a un solo profesor virtual de Matemáticas para toda España, en lugar de los miles que enseñan en la actualidad. De las facturas no hay que preocuparse, porque "Europa ha sabido estar a la altura", se ve que el presidente no se ha informado sobre la economía continental.

El truco primordial del gurú consiste en rodearse de gente influyente. Sin embargo, Sánchez olvida que un presidente de banco con pérdidas milmillonarias no impresiona a nadie en tiempos de pandemia, cuando hasta Messi queda reducido a comparsa. La trampa de la sesión de autoayuda llega al final. Se vende que "tenemos por delante cuarenta meses decisivos de una legislatura crucial". También se rechazan "los antiguos clisés", una forma enrevesada de pedir que Podemos vote los Presupuestos de Ciudadanos. Acabáramos, toda la intervención era un ejercicio bien trenzado de supervivencia, la asignatura en la que el presidente del Gobierno ejerce de catedrático.